La participación popular durante la etapa rosista (1829-1852)
Juan Manuel de Rosas gobernó la provincia de Buenos Aires por casi veinte años (1829-1832
/1835-1852) y lideró a lo largo de su segundo gobierno la Confederación Argentina: una unión
laxa y temporal de las distintas provincias que delegaban año tras año en él la representación
de las relaciones exteriores. Fue una figura política clave del siglo XIX y su estela se proyectó
generando pasiones y odios a lo largo de todo el siglo XX. Durante el rosismo la presencia
popular fue muy fuerte. Fue marcada tanto por sus enemigos como crítica, como reconocida y
celebrada por sus adherentes. A continuación analizaremos la etapa rosista desde un enfoque
centrado en su relación con los sectores populares, tanto urbanos como rurales . La mirada
1
estará centrada sobre todo en Buenos Aires, tanto en la ciudad como en la campaña ya que
entendemos que si bien el régimen tuvo impacto y proyección en el resto de las provincias, las
características que adquirió en el territorio bonaerense no son extrapolables al resto del país.
Como analizamos en la clase 9, el fusilamiento de Dorrego, en diciembre de 1828, generó un
levantamiento popular inesperado y autónomo en Buenos Aires y gran parte de la campaña
bonaerense, y dió inicio a una guerra civil que mantuvo en vilo a la ciudad durante más de seis
meses. En ese contexto, los grupos dispersos de las milicias federales vencidas en la batalla de
Navarro comenzaron a aglutinarse y a conformar partidas montoneras en distintos lugares de
la campaña: Luján, Navarro, Lobos, Montes, Chascomús. Estas partidas, queriendo vengar la
muerte de Dorrego se aglutinaron y consideraron que Juan Manuel de Rosas, comandante de
milicias de la campaña, debía ser su heredero legítimo. Esto es importante porque, como
demostró tempranamente el historiador Halperín Donghi (1972 [2010]) – en contraposición a
lo aseverado tanto por la historiografía liberal como por algunos revisionistas que
consideraban que Rosas había llegado a la gobernación por la presión de la elite porteña
terrateniente –fue el espontáneo alzamiento campesino (conformado por labradores, pastores
y peones) con el apoyo de grupos indígenas ranqueles, lo que determinó su ascenso al poder.
Al respecto, siguiendo la tesis de Halperín, la historiadora Pilar González Bernaldo (2008:181)
sostiene:
El levantamiento de 1829 es ante todo una manifestación de las tensiones sociales en
el campo, consecuencia de las transformaciones de la estructura productiva, agravadas
por una coyuntura explosiva: una situación económica crítica marcada por la fuerte
inflación que produce una devaluación del salario real, sumado al desequilibrio
imprevisible del mercado laboral a raíz del retorno de las tropas que combatieron
contra Brasil, y por último, una de las más terribles sequías experimentadas por la
provincia de Buenos Aires.
La circulación de rumores en lo que era en ese momento el sur de la campaña, sobre todo en
el ámbito de las pulperías, desempeñó un papel crucial en la revuelta y permite explicar la
acción generalizada de los diferentes sectores sociales y étnicos. Uno de los rumores decía, por
ejemplo, que Lavalle pretendía reiniciar la guerra contra el Brasil lo cual, de ser así, implicaba
1 En próximas clases analizaremos específicamente la relación de Rosas con los diversos grupos
indígenas y afrodescendientes.
un recrudecimiento de las levas y una disminución de los salarios reales, ya que el déficit
provocado por la guerra había sido cubierto con la emisión de billetes.
En abril de 1829 López y Rosas, capitalizando esos levantamientos populares, retornaron desde
Santa Fe – donde se habían refugiado tras el golpe dado por Lavalle en diciembre del año
anterior – para ponerse al frente de las partidas, sitiaron la ciudad y derrotaron a Lavalle en
Puente de Márquez. Esto es interesante porque, contrariamente a lo sostenido por la
historiografía clásica que, como dijimos, ha visto a Rosas como un poderoso caudillo
terrateniente capaz de manejar a su gusto a una peonada fiel y obediente, los nuevos
enfoques demuestran que hay una construcción del liderazgo político de su parte y que su
ascenso en el ámbito de la política se debió mucho más a su carrera al interior de la estructura
miliciana rural que a su condición de importante hacendado (Fradkin y Gelman, 2015).
Un año después del golpe de Lavalle, reinstalada la anterior legislatura, Rosas fue designado
gobernador de la provincia con el otorgamiento de facultades extraordinarias, que le
permitieron tomar en sus manos los asuntos legislativos. Inmediatamente se encargó de
organizar un fastuoso funeral para Dorrego lo cual, simbólicamente, le permitió heredar su
popularidad en la ciudad y también pidió expresamente que lo llamaran como a aquel “el
padre de los pobres” (Di Meglio, 2013). Una de sus primeras preocupaciones al llegar a la
gobernación fue afirmar su autoridad sobre los líderes del levantamiento rural que lo habían
llevado espontáneamente al poder, lo cual logró premiándolos con jefaturas milicianas en la
campaña (Halperín Donghi, 1972; Di Meglio, 2013; Fradkin y Gelman, 2015). De hecho estos
enfoques historiográficos concuerdan en que si hubo algo que logró Rosas a lo largo de su
gobierno fue la construcción de un orden, el primero que se afianzó después de la revolución,
y lo hizo disciplinando a la convulsionada sociedad porteña, desde la elite hasta la plebe.
El primer gobierno de Rosas (1829-1832) se caracterizó por una fuerte legitimidad política.
Tuvo todavía una fuerte oposición de los unitarios en el interior, liderados por el General Paz
desde Córdona, que recién fueron vencidos en 1831. A partir de allí, en los dos años siguientes,
el conflicto entre facciones se dirimió al interior del propio federalismo entre federales
“cismáticos” (o doctrinarios) y federales “apostólicos” (o rosistas). Los motivos de tal división
fueron fundamentalmente dos: la oposición de los primeros a avalar la renovación de las
facultades extraordinarias para un nuevo mandato de Rosas como gobernador y su reclamo en
torno a la convocatoria de un Congreso Constituyente para la organización constitucional,
luego de la firma del Pacto Federal de 1831. Cuando al finalizar su mandato como gobernador,
en 1832, la legislatura se opuso a otorgarle nuevamente las facultades extraordinarias, Rosas
decidió declinar su candidatura y dedicarse a emprender una expedición para extender la
frontera sur. Como veremos en una próxima clase, ante su ausencia fue su esposa Encarnación
Ezcurra, quien organizó y lideró a la facción federal “apostólica”.
En este marco, tras varios meses de puja electoral y callejera, tuvo lugar en octubre de 1833
un episodio conocido como la Revolución de los Restauradores. Se produjo cuando en medio
de una escalada de agravios en la prensa entre ambas facciones federales, el gobierno de
Balcarce – que buscaba mostrarse neutral – decidió juzgar a varios periódicos. Uno de ellos se
llamaba “El Restaurador de las Leyes”, y sus partidarios apelaron a la confusión haciendo
circular el rumor de que era el propio Rosas quien iba a ser juzgado. Aglutinada
espontáneamente por la difusión de estos rumores, una multitud se reunió en la plaza y
comenzó un tumulto tras el cual un grupo marchó fuera de la ciudad y comenzó a movilizar a
su alrededor a partidas de la campaña, como había ocurrido en 1829. El gobierno debió
renunciar y los cismáticos (también llamados “lomos negros” por el ribete de su boleta
electoral) quedaron vencidos como facción. Luego de la Revolución de los Restauradores, y
también por influjo de Encarnación Ezcurra, se formó un “club” de rosistas fanáticos: la
Sociedad Popular Restauradora, dirigida por un pulpero: Julián González Salomón. Éste tenía
una pulpería en el barrio de San Nicolás, frentes a donde hoy se levanta el obelisco. “Durante
el primer gobierno de Rosas había sido juez de paz de San Nicolás, cumpliendo el habitual
papel de movilizar votantes en su barrio y controlar la mesa en las jornadas electorales” (Di
Meglio, 2012: 314).
La capacidad de movilización de estos hombres era enorme, tanto por la difusión de las
noticias y rumores como por la ‘traducción’ del discurso de las elites a objetivos
populares, a lo cual se agregaba la distribución de una prensa popular que, aunque
efímera, era cada vez más numerosa (González Bernaldo, 2008: 190).
De la Sociedad Popular Restauradora surgió un brazo armado parapolicial: la Mazorca formado
por miembros de la policía, todos de extracción plebeya, como una forma de disciplinar a los
sectores de la elite a través del terror. Su jefe y uno de los más fieles servidores de Rosas fue el
comisario Ciríaco Cuitiño. Rosas lo nombró jefe de serenos del cuartel que llevó su nombre, y
lo ascendió a coronel graduado en 1838. También Andrés Parra fue junto con González
Salomón y Cuitiño, uno de los más fanáticos partidarios del Restaurador y de su esposa.
Como veremos unas páginas más adelante, el momento más activo de esta agrupación se situó
entre 1839-1842, en el período conocido como la época del terror. Muchas de las acciones
emprendidas por la Mazorca fueron de carácter autónomo, no respondían a una orden directa
de Rosas.
Durante el gobierno de Viamonte, sucesor de Balcarce, ante la persecución de la que fueron
objeto por parte de la Mazorca, los miembros más conspicuos del federalismo cismático
debieron exiliarse en la Banda Oriental. En este contexto, en abril de 1834, se produjo
también una agitación popular ante el desembarco de Bernardino Rivadavia, que lo obligó a
volver a abandonar la ciudad nuevamente. A mediados de 1834 Viamonte renunció. Aceptada
la renuncia de Viamonte, la Legislatura lo nombró gobernador a Rosas pero éste no aceptó.
Justificó su rechazo al cargo argumentando que no tenía medios para parar el ataque unitario y
la anarquía si no se le otorgaban las facultades extraordinarias. Ante una situación de acefalía,
la legislatura nombró como gobernador interino al Presidente del Cuerpo, Manuel Vicente
Maza. El asesinato de Facundo Quiroga a comienzos de 1835 generó en la elite porteña el
temor a una nueva guerra civil lo cual llevó a la Sala de Representantes a convocar
nuevamente a Rosas viendo en él la única persona capaz de restaurar el orden social,
otorgándole en esta ocasión la “suma del poder público” provincial. Comenzaba así su segundo
mandato como gobernador de la provincia de Buenos Aires; de allí en más en las elecciones
habría una sola lista: la de su partido. No obstante ello, año tras año, buscaría simbólicamente
refrendar su poder consultando al pueblo a través de un plebiscito en el cual obtendría
respaldo rotundo. El resto de los gobernadores delegó en él la representación de las relaciones
exteriores de cada provincia, lo cual lo convirtió en líder de la Confederación Argentina;
simbólicamente Rosas refrendaba ese cargo solicitando anualmente una renovación explícita
por parte de cada gobernador de esas facultades. La alianza se resquebrajaría definitivamente
en 1851 ante el pronunciamiento de Urquiza, presagiando el ocaso del rosismo.
En el interior Rosas apoyó el ascenso a la gobernación de caudillos y figuras políticas que no
provenían de los sectores de la elite provincial, sino comandantes de armas en departamentos
y en la frontera. Es el caso de Lucero en San Luis o “Mascarilla” López en Córdoba.
En la provincia su gobierno contó con un fuerte apoyo de los artesanos urbanos y de los
pequeños y medianos productores rurales. El sector artesanal urbano, que representaba un
porcentaje importante de la población en Buenos Aires, se había visto perjudicado desde 1810
por la apertura del libre comercio y la imposibilidad de competir con las mercancías inglesas.
Para favorecer y proteger a esos sectores, sancionó en 1835 la Ley de Aduanas que a través de
medidas proteccionistas prohibía el ingreso de productos importados que compitieran con la
producción artesanal local (ponchos, sombreros, zapatos, aguardiente, guitarras, entre otros).
En la campaña, a través de una serie de donaciones condicionadas de tierra en la zona de
frontera, consolidó un nuevo grupo de pastores y labradores propietarios que sería una de sus
principales bases de apoyo político. Como desarrollaremos en una próxima clase, el otro eje
de apoyo popular del rosismo fue el de la comunidad afrodescendiente que formaba todavía
alrededor de una cuarta parte de la población urbana.
Cuando el poder de Rosas parecía consolidado a través de una politización feroz encauzada
que llevó al exilio a todo disidente acusado de “salvaje unitario” y a vestir de rojo punzó
vestimentas y decorados, comenzó la crisis desencadenada por el bloqueo francés de 1838 que
se sumaría a la guerra que se venía librando, desde el año anterior, contra la Confederación
Perú-Boliviana y coincidiría con la muerte de Encarnación Ezcurra. El bloqueo francés traería
aparejado conspiraciones y levantamientos contra Rosas en el interior y una crisis económica
y financiera que llevaría a la devaluación de la moneda y a una inflación galopante. Estos serían
los años del terror rosista, en los que la violencia llegaría a su máximo parangón (incluyendo
degüellos, despellejamiento en vida, descuartizamiento, entre otras atrocidades).
El bloqueo francés actúa como precipitante político y en enero de 1839 el gobernador de la
provincia de Corrientes, Genaro Berón de Astrada se pronunció contra el de Buenos Aires y le
declaró la guerra a Rosas. Uno de los motivos determinantes era la prohibición de la libre
navegación de los ríos interiores, por parte del gobernador de Buenos Aires. En el combate que
se realizó en el arroyo Pago Largo las tropas del entrerriano Pascual Echagüe, aliado de Rosas,
derrotaron a Berón de Astrada y Corrientes cayó bajo el dominio de Buenos Aires.
A lo largo de 1839 y 1840 se sucedieron una serie de conspiraciones y levantamientos, todos
vinculados entre sí y relacionados con los planes de los jóvenes de la “Asociación de Mayo”
(Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Domingo Sarmiento, Vicente
Fidel López, Bartolomé Mitre) que, junto a ex unitarios, desde el exilio y con el apoyo del
Partido Colorado del Uruguay, comenzaron a tramar el derrocamiento del régimen rosista.
Según estos planes una asonada político- militar en la ciudad debía coincidir con un
levantamiento en el campo, todo ello simultáneo con la invasión preparada por Lavalle.
Ramón Maza, hijo de Manuel Vicente Maza, Presidente de la Sala de Representantes – es
decir, de la Legislatura de Buenos Aires – fue el líder de la conspiración política que debía
estallar en la ciudad. Según sus planes Lavalle debía desembarcar en un punto de la costa de
Buenos Aires coincidentemente con el levantamiento en la ciudad. Un grupo de militares
delató el plan y la conspiración fue descubierta y abortada. Manuel Vicente Maza fue
asesinado por miembros de la Mazorca en la Sala de Representantes y su hijo fusilado al día
siguiente. Se desató en seguida una ola de terror contra los unitarios y desafectos, reales o
presuntos, una mmovilización popular a la legislatura y saqueo de la casa de Maza.
En octubre de ese año estalló en el sur de la provincia, en Dolores y Chascomús el
levantamiento de “Los libres del Sur” liderado por hacendados y estancieros entre los cuales
sobresalía la figura de Pedro Castelli, hijo del prócer de Mayo que estaba en comunicación con
los jóvenes exiliados en Montevideo y conocía la movilización de tropas dirigidas por el general
Lavalle. Si bien el levantamiento obtuvo un cierto apoyo popular en la región, pronto fue
vencido por las tropas de Rosas. Las órdenes de éste fueron estrictas: ejecutar a Castelli y
perdonarle la vida al resto de los dirigentes y expropiarles los campos, que fueron repartidos
entre los vencedores. Los gauchos que habían participado en la rebelión fueron perdonados,
Rosas sabía que con eso ganaba legitimidad. Gervasio Rosas, uno de sus hermanos, figuraba
entre los complotados y para desvirtuar la impresión que podía causar ese hecho, el
gobernador hizo publicar en La Gaceta Mercantil que Gervasio era hijo adulterino de un
portugués, y en un comunicado al juez de paz de Dolores lo llama «hijo de p., degenerado».
En 1840 se produjo la incursión de Lavalle hasta Merlo. En su recorrido inicial desde Corrientes
y Entre Ríos, llegó hasta allí esperando apoyo en la población rural y en la ciudad para entrar
en la capital pero no lo consiguió, al contrario, no encontró más que oposición. Retrocedió
hacia Santa Fe y luego hacia el norte buscando apoyo de las provincias que se estaban
rebelando contra el rosismo, conformando la “Coalición del Norte”. Los generales Lamadrid,
Lavalle y Avellaneda fueron derrotados frente a las tropas de Oribe y Pacheco en San Calá,
Quebracho Herrado y a las puertas de Tucumán, respectivamente. Lavalle encontraría su
postrero final en 1841 en Jujuy, donde fue derrotado y ejecutado. Sus restos fueron
conducidos por sus oficiales a Potosí para evitar el ultraje. En 1842 el triunfo federal en la
batalla de Arroyo Grande, en Entre Ríos, contra las fuerzas aliadas de los colorados uruguayos,
correntinos y exiliados marcó el fin de los pronunciamientos contra Rosas y salvo los que se
mantenían en el exilio en Montevideo, todos sus enemigos cayeron vencidos.
El período 1839-1842 es conocido como el período del “terror rosista” por la extendida
persecución y la violencia extrema que tuvo lugar en una serie de asesinatos selectivos, sobre
todo de miembros de la elite por parte de la Mazorca. Al menos cuarenta personas fueron
degolladas en sus propias casas y otras fueron golpeadas, vejadas y torturadas.
Entre 1839 y 1842 el control de las manifestaciones de la vida colectiva alcanzó su
paroxismo. Para realizar una reunión nocturna- incluso una tertulia familiar – era
necesario tener una autorización del jefe de policía de la ciudad […] Los lugares de
encuentro, como los cafés y las pulperías estaban muy vigilados (González Bernaldo,
2008: 214)
En mayo de 1840, un grupo de personajes identificados con la conjuración de Maza, entre ellos
Francisco Lynch, José María de Riglos, Isidoro de Oliden y Carlos Mason, pretendió huir
secretamente hacia Montevideo. Fueron interceptados por la Mazorca y asesinados; ese
suceso es retratado al comienzo de la novela Amalia, de José Mármol.
Durante cinco semanas, desde fines del mes de septiembre y el mes de octubre del año 1840,
la ciudad de Buenos Aires quedó en manos de la mazorca. Las personas se mantenían en sus
casas con los postigos cerrados. Las calles estaban desiertas, silenciosas. La campaña del
general Lavalle, la insurrección del Sud, la coalición del norte, la intervención extranjera, la
conspiración de Maza, provocaron una furiosa reacción federal. En el año ’40 se degollaron por
las inmediaciones del Cuartel de Cuitiño y por orden de éste… los siguientes individuos:
Quesada, Varangot, Dupuy, Nobrega; Buter, Zañudo, Chanagucia”
En abril de 1842 hubo otro estallido de terror mazorquero, ante la noticia de una
derrota federal en el litoral. Esta vez la acción del grupo no parece haber sido
ordenada por el gobernador – que no necesitaba amenazar a una ciudad ya calma y
cuando todos sus enemigos habían sido derrotados en todas partes – sino por la
misma Mazorca y algunos plebeyos que se sumaron. La cantidad de víctimas fue
similar a la de 1840 pero los asesinatos más visibles: varios se hicieron a plena luz del
día (Di Meglio, 2012: 315)
La última década del régimen 1842-1852 ha sido caracterizada por algunos historiadores como
la Pax rosista. Si bien en este período tuvo lugar el bloqueo anglo-francés, la aguerrida defensa
de las tropas de la confederación, en clave americanista otorgó una fuerte legitimidad al
gobernador de Buenos Aires. Sumado a ello, la ausencia de levantamientos y conspiraciones
como los ocurridos en la etapa anterior, sembraron la idea de una relativa tranquilidad
política. Esto fue avizorado también desde el exilio tanto por Juan Bautista Alberdi en 1847 y
Sarmiento, quienes comenzaron a reconocer en el rosismo la construcción de un orden,
necesario para la construcción de la futura nación.
¿Qué fue lo que hizo popular al federalismo? La clave del rosismo en Buenos Aires fue
instaurar un orden exacerbando la identidad política federal, encauzando la politización de los
sectores populares. En otras palabras, se puede decir que la desmovilización – es decir, la
pérdida de autonomía del movimiento popular – a través de la politización encauzada por el
propio gobierno imponiendo un efervescente entusiasmo por la causa federal ha sido el éxito
de su propio proyecto. Esto se evidenció en la manera de lucir o vestir federal: poncho, chiripá,
chaqueta y barba en oposición a lo que se consideraba el estereotipo de la elite: levita, frac y
patilla, que fue asociado a los “cajetillas”, “aristócratas” y asociado con los unitarios.
Otro eje importante en esta asociación del federalismo con lo popular fue su construcción
como “causa santa”, por ejemplo el lema “Viva la Santa Federación” servía como sacralización
de la causa y a la vez como demonización del enemigo.
En el contexto de los bloqueos, primero francés y luego anglo-francés, la alusión a la defensa
de la patria como principio de invocación emotiva, permitió a Rosas y al federalismo
presentarse a sí mismos como los verdaderos defensores de la patria. En el contexto de los
bloqueos se invocó este principio de defensa de la “patria” como causa americana, asociando
fuertemente federal con patriota en contra de los unitarios, “europeístas”, aliados de las
potencias extranjeras, sobre todo Francia. Esto permitió consolidar la idea referente a que la
verdadera defensa de los intereses americanos estaba en el federalismo y no en sus enemigos.
Otro componente esencial en la construcción de su popularidad fue el clientelismo. Rosas
mismo explicitaba en cartas a su mujer la necesidad de estrechar los vínculos con la plebe
urbana y rural. “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres y por ello cuánto importa
sostenerla y no perder medios para atraer y cautivar sus voluntades. No cortes pues sus
correspondencias. Escríbeles con frecuencia: mándales cualquier regalo, sin que te duela
gastar en eso. Digo lo mismo respecto de las mujeres de los pardos y morenos que son
fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones
rurales, como también en socorrerlas en sus desgracias” (Ternavasio, 2005, p.153). La
práctica clientelar se evidenció también en las movilizaciones organizadas por los Jueces
de Paz llevando a grupos de plebeyos a votar.
Siguiendo a Fradkin y Gelman (2015), lo que habría definido, el leitmotiv de las acciones de
Rosas no se resume ni en la defensa a ultranza y sistemática de las clases propietarias ni de las
plebeyas, sino en la construcción permanente de un orden social y político. Por ese motivo, su
gran olfato le indicaba la conveniencia de la plasticidad: coyuntural y alternativamente, se
apoyaría más en unos sectores sociales o económicos, que en otros.
La pax rosista del período 1842-1852 y la férrea politización durante todos los años del
régimen, – simbolizada a través del uso del cintillo punzó, de la persecución y asesinato a
opositores, del apoyo pasivo de las provincias – despojada de toda espontaneidad, impidió
ante la batalla de Caseros, en febrero de 1852, el apoyo y levantamiento espontáneo de la
plebe federal que le era adepta. Como sostuvo magistralmente Halperín Donghi, ([1972] 2010:
388):
Rosas debió sin duda su fracaso final a su mismo éxito inicial: fue ese disciplinamiento
que bajo las apariencias de una politización frenética llevó a la despolitización de los
sectores populares el que hizo la diferencia entre 1829 y 1852: ahora un espontáneo
alzamiento campesino sería impensable.
Así, en la Batalla de Caseros una buena parte de las fuerzas de Rosas se retiró casi sin luchar.
Incluso existe registro de un solo episodio de fidelidad popular al Restaurador cuando los
soldados de un batallón que habían participado en el sitio de Montevideo y luego de capitular
habían sido incorporados por Urquiza al Ejército Grande, bajo el mando del Coronel Pedro
Aquino, se rebelaron asesinando a éste último y desertando al llegar a Buenos Aires.
Tras la batalla de Caseros se produjo un fuerte saqueo en Buenos Aires. Los restos del ejército
derrotado entremezclados con hombres del ejército de Urquiza desbordaron la ciudad,
saqueando tiendas en distintos barrios de la ciudad y los suburbios, atacaron casas particulares
y pulperías. En los días siguientes, en el Cabildo y en las calles fueron fusilados sin juicio previo
y en plena calle, más de 600 implicados.
Bibliografía citada y utilizada
DI MEGLIO Gabriel (2006). ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política
entre la Revolución de Mayo y el Rosismo, Buenos Aires, Pormeteo.
DI MEGLIO, Gabriel (2012). Historia de las clases populares en Argentina. Buenos Aires,
Sudamericana, Tomo 1.
FRADKIN, Raúl y DI MEGLIO, Gabriel (Comp.) (2013). Hacer política. La participación popular en
el siglo XIX rioplatense. Buenos Aires, Prometeo.
FRADKIN Raúl y GELMAN Jorge (2015). Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo
político. Buenos Aires, Editorial Edhasa (Colección Biografías Argentinas)
GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS, Pilar (2008). Civilidad y política en los orígenes de la nación
argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1852. Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica.
HALPERÍN DONGHI, Tulio (1972 [2010]). De la Revolución de Independencia a la Confederación
Rosista. Buenos Aires, Paidós.
TERNAVASIO, Marcela. (2005).Correspondencia de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires,
Eudeba.
Bibliografía y sitios sugeridos
DI MEGLIO, Gabriel (2008). “La Mazorca y el orden rosista” en Prohistoria N° 12, pp.69-90
Rosario, Argentina. Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/3801/380135840004.pdf
FRADKIN Raúl y GELMAN Jorge (2015). Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo
político. Buenos Aires, Editorial Edhasa (Colección Biografías Argentinas)
GONZÁLEZ, Cristina (2006) Relatos del terror en Buenos Aires, 1833-1842. [En línea] Anuario
del Instituto de Historia Argentina, (6). Disponible en:
http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.56/pr.56.pdf
Videos:
Primer gobierno de Rosas: https://youtu.be/RwCYT7Vfw44
Canal Encuentro: Juan Manuel de Rosas “El Restaurador”: https://youtu.be/xKeupAveoMw
Clase-12-1.docx.pdf (unnoba.edu.ar)