GRUPOS DE INTERÉS Y CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA EN ARGENTINA (1983-1991)
Interest groups and democracy consolidation in Argentine (1983-1991)
Andrés MALAMUD
Instituto Universitario Europeo, Florencia.
11 malanzud@datacommiue.it
BIBLID [1130-2887 (2001) 27, 173-189]
Fecha de recepción: noviembre del 2000
Fecha de aceptación y versión final: marzo del 2001
RESUMEN: En la última transición argentina, ni el régimen autoritario saliente ni el Gobierno democrático inaugural fomentaron un método corporativo de toma de decisiones. A ello se
suma el hecho de que las asociaciones de interés presentaron históricamente una configuración asimétrica, con el capital exhibiendo una disposición pluralista y el trabajo una unificada pero dependiente del Estado. La llegada al Gobierno de un partido sin base laborista —aun si pretendidamente
socialdemocrático— generó una situación en la cual ningún actor confiaba en el otro, y mucho
menos estaba dispuesto a acordar un procedimiento común de formulación de políticas. Mientras
dos de los tres principales actores —el capital y el Estado— rechazaban de plano cualquier diseño
corporativo, el tercero —el trabajo— mantuvo una posición defensiva, resistiéndose a pluralizar su
dinámica interna. Ciertos acuerdos fueron realizados sólo después de que la magnitud de la crisis
económica superó la capacidad del Gobierno para actuar por sí solo; sin embargo, aun entonces los
pactos se concretaron entre sectores del sindicalismo y del empresariado directamente con el
Estado, sin involucrar a las asociaciones pico. Si la consolidación fue fortalecida o debilitada por
la ausencia de acuerdos globales —o por los intentos fallidos— está aún por verse, pero la democracia resultante fue substancialmente marcada por este hecho.
Palabras clave: grupos de interés, corporativismo, consolidación, democracia, Argentina.
ABSTRACT: In Argentina’s last transition, neither the authoritarian regime nor the inaugurated democratic Government supported a corporative method of policy-making. In addition, interest associations have historically presented an unbalanced relationship, business featuring a
pluralistic disposition and labor maintaining a unified but State-dependent pattern. The rise to
power of the non-labor party in 1983 —even if socialdemocratic in claim— resulted in a situation in
which no actor trusted each other, even less agreed on any common policy-making arrangement.
While both business and the State rejected a corporatist design, labor kept a defensive position,
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refusing to pluralize its inner dynamics. Agreements had to be made only after the magnitude
of the economic crisis overwhelmed the capacity of both Government and the social actors to act
alone; however, even so the pacts were accomplished among sectors of unions and business and
directly with the State, without involving peak associations. Democracy may have been reinforced
or weakened by the absence of encompassing agreements, or because their failed attempts; be that
as it may, its current shape is substantially due to such outcomes.
Key words: organized interest, corporatism, consolidation, democracy, Argentina.
- INTRODUCCIÓN’
En abril de 2000, el Senado argentino aprobó el Proyecto de Ley de Reforma
Laboral enviado por el presidente radical Fernando de la Rúa. La mayoría justicialista daba así la penúltima puntada a una larga transición, que a partir de 1983 había
mantenido el régimen de relaciones laborales relativamente al margen del proceso central de renovación y modernización jurídica. La aprobación definitiva de la ley tuvo
lugar pocos días después, en una Cámara de Diputados cuya mayoría oficialista no
depararía sorpresas.
Apenas iniciada la transición, Raúl Alfonsín había intentado modificar las condiciones de organización y representación de las asociaciones profesionales —léase sindicatos— (Portantiero, 1987a, 1987b). Su temprano fracaso determinó la inviabilidad de
establecer políticas de concertación, más adelante, durante el mismo gobierno (Ducatenzeiler, 1990). Carlos Menem, su sucesor en la Presidencia, tampoco logró quebrar
la fortaleza de las grandes organizaciones sindicales y sus líderes históricos (Etchemendy y Palermo, 1998), aunque sí consiguió debilitarlos en términos relativos —tanto históricos como sincrónicos, vis á vis las organizaciones del capital. En contraste, los
cambios sufridos en la estructura económica influyeron sin cortapisas sobre la organización sindical, trasladando el centro de poder desde los sindicatos industriales hacia
los de servicios.
Este artículo se concentra en el impacto que la disposición de los grupos de interés
emergentes en 1983 tuvo sobre la consolidación de la democracia. A tal fin, la exposición se desarrolla en tres secciones. En la primera parte se pasa revista —brevemente— a
las características del sistema político argentino y a la relación histórica de las asociaciones de interés con el Estado. En la segunda se abordan las propiedades emergentes
de las asociaciones de interés, tanto en sus facetas individuales como colectivas. En
la tercera se analizan los cambios ocurridos en las pautas de relación entre intereses
organizados y Estado, y se evalúa el impacto de tales cambios sobre la consolidación de
la democracia. - Este artículo aplica a Argentina un modelo analítico ya utilizado para abordar, comparativamente, los procesos de consolidación de la democracia en Europa meridional (véase So-Dm-TER, 1995).
Agradezco las ideas y observaciones de Philippe Schmitter, los comentarios de Mariano Aguas y el estímulo de ambos. Lorena Moscovich colaboró en la traducción del inglés.
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Antes de proceder, sin embargo, es conveniente precisar algunos conceptos y el
marco de análisis. Entendemos por consolidación, en sentido mínimo, la supervivencia
de la democracia y la ausencia de una regresión autoritaria (Schedler, 1998) 2 . La investigación sobre consolidación ha producido un rico y variado rango de enfoques, desde
los trabajos originales que subrayaban la transición desde el autoritarismo (O’Donnell y
Schmitter, 1986) hasta los más actuales que discuten el punto de llegada o tipo de
democracia (O’Donnell, 1992, 1993, 1996). Entre ellos se destacan los enfoques de mesonivel, que permiten comprender el desajuste entre los objetivos de los actores y los
desarrollos reales (Schmitter, 1995). Adoptaremos aquí este último enfoque, que se
centra en la estructuración gradual de regímenes parciales como estadios necesarios de la consolidación del régimen político global.
Durante un proceso de cambio de régimen, los cuatro subconjuntos institucionales que generalmente median la relación entre actores políticos y sociales —asambleas legislativas, partidos políticos, grupos de interés y agencias administrativas
(Buchanan, 1997: 14)— modifican su relación de fuerzas, condicionando la probabilidad
de una consolidación exitosa en función de su configuración y poder relativo. Es altamente relevante, dado el rol que las organizaciones sociales juegan en la selección de
un particular tipo de democracia, la capacidad estratégica de los actores colectivos. Y
esta capacidad es una función del nivel de autonomía interno, respecto de las demandas de los miembros, y externo, vis á vis las agencias estatales y los partidos políticos
(Pizzorno, 1977; Schmitter, 1995). El foco de este artículo está orientado hacia el régimen parcial que concierne a los grupos de interés durante la última transición argentina, con especial hincapié sobre el sistema de relaciones laborales.
Un segundo objetivo de estas notas es dilucidar el grado en que la matriz histórica
del corporativismo argentino fue erosionada por el proceso de consolidación. Para ello
se realiza un seguimiento dinámico de las características institucionales y actitudinales
de las principales organizaciones del capital y el trabajo. Es de esperar que una mejor
comprensión de la conducta de estos actores sociales hacia —y como reacción contra— las
políticas estatales contribuya a aclarar las dificultades y los logros de la nueva democracia argentina, así como sus características más destacadas.
II. CARACTERÍSTICAS PARTICULARES DE ARGENTINA
La historia argentina está repleta de dilemas. Desde 1930, uno de los países más
promisorios de Occidente se fue transformando, gradual pero sostenidamente, en un
rompecabezas para quien pretendiera entender su senda histórica hacia la decadencia. - Plausiblemente, el período de consolidación de la democracia en Argentina transcurre entre
el 10 de diciembre de 1983 y el 3 de diciembre de 1990. En 1983, el radical Raúl Alfonsín asumió como
primer presidente democráticamente electo; en 1990, su sucesor peronista Carlos Menem doblegó una
serie de amotinamientos militares asegurando, finalmente, la subordinación de las Fuerzas Armadas al
poder civil.
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Entre las características argentinas más dilemáticas se cuenta el fenómeno peronista,
movimiento político que reestructuró una sociedad —en principio— pluralista hacia
un modelo prevalentemente corporativo y estado-céntrico: la comunidad organizada, tal
como fue definida por su fundador.
Juan Perón inició la toma del poder en 1943 a través de un golpe militar. Inspirado
por la Italia de Mussolini y el Estado Novo brasileño de Vargas, apuntó a reconstruir la
sociedad argentina sobre dos pilares: el capital y el trabajo organizados. La función de
conducción sería desarrollada por el Estado, que actuaría como bisagra y cerebro de los
principales actores sociales. La legitimidad de este arreglo descansaba sobre las tradiciones histórico-orgánicas y las raíces cristianas de la nación, y su respaldo físico sobre
las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, y pese a los esfuerzos que Perón llevó a cabo para implementar su
proyecto, el sector del capital no se persuadió de la necesidad o conveniencia de llevarlo a cabo. Esto se debió, principalmente, a que la amenaza comunista nunca llegó
a ser suficientemente candente como para atemorizar a los empresarios argentinos. La consecuente reticencia empresaria dio lugar a un corporativismo de estado
desbalanceado, asimétrico, sustancialmente distinto al planeado por el líder del
movimiento. El sindicalismo se convirtió entonces en la columna vertebral del movimiento justicialista, en eje central de un sistema que debía tenerlo sólo como una de sus
dos columnas.
El legado peronista ha sobrevivido largamente a la caída de su fundador, y permitió a un sindicalismo sobredimensionado resistir exitosamente los embates de los
sectores antiperonistas —tanto civiles como militares—. Durante el intento corporativo
del general Onganía (1966-1971) por reorganizar la estructura social argentina, un gran
número de líderes sindicales obtuvo reconocimiento y apoyo oficial. Años más tarde, los
mayores líderes sindicales llegaron a detentar el poder real por unos meses bajo la
Administración de Isabel Perón entre 1974 y 1976 (Torre, 1983). El golpe militar de
1976, en contraste, no promovió los objetivos del Gobierno a través de modelos corporativos sino de pautas liberales orientadas al mercado (Schamis, 1991). A partir de
entonces, los sindicatos reasumieron una posición defensiva que duraría hasta 1982.
Después de una cerrada resistencia contra el Gobierno democrático de Alfonsín, la llegada de Menem a la Presidencia acentuaría significativamente el proceso de erosión del
poder sindical.
El modelo corporativo argentino ya había empezado a declinar a mediados de los
70, después de la crisis del petróleo y del endeudamiento subsiguiente, cuando los actores sociales y políticos se vieron obligados a rediseñar no solamente sus roles sino también
sus identidades. Las actitudes defensivas darían paso a un nuevo acuerdo sólo después
de que el proceso hiperinflacionario disminuyera dramáticamente la capacidad de
acción —y de bloqueo— de las coaliciones distributivas, principalmente de los sindicatos.
Mientras tanto, desde el sector del capital no había sido superada la falta de propensión
asociativa. Ninguna organización de clase de cuarto grado se había desarrollado en
Argentina desde que la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresariales
(APELE) fue disuelta en 1976, y las agrupaciones sectoriales se mantuvieron divididas y
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burocráticamente débiles. El gran capital solía defender sus intereses por medio de
intercambios directos con funcionarios estatales o con agentes negociadores en posiciones clave, antes que a través de la acción colectiva.
En las próximas secciones se evalúa el grado de cambio que, durante el período
transcurrido entre el régimen autoritario y la restauración democrática, sufrieron las
asociaciones de interés más importantes. De ese modo es factible determinar la medida en que la fortaleza de la democracia, tanto como su tipo, se debe a la modificación de arraigadas prácticas corporativas. A continuación se analiza la relación entre
organizaciones corporativas y gobernabilidad. La intención es verificar si la metamorfosis argentina de las asociaciones de interés facilitó la institucionalización de un
régimen político estable o, por el contrario, abrió apenas un paréntesis temporal para el
viejo Estado corporativo —que permanece agazapado, esperando el reflujo de la historia—.
IIL LAS PROPIEDADES EMERGENTES DE LAS ASOCIACIONES DE INTERÉS
La principal característica de la organización de intereses en Argentina es la falta
de equilibrio entre las asociaciones del trabajo y el capital. La Confederación General del
Trabajo (CGT) ha perdurado como la única organización de los trabajadores por más
de un siglo, a pesar de algún breve interregno causado por las dictaduras militares y su
ulterior división cuando el peronismo retornó al poder, en 1989. En cambio, las asociaciones que representan al capital nunca lograron unificar sus instituciones —sumado
a que, con frecuencia, se enfrentaron unas contra otras—. Una interacción tan desequilibrada puede ser entendida como efecto de la matriz peronista, sesgada en beneficio
de los trabajadores; pero también es concebible como resultado de la posesión, por parte del capital, de los medios que le permitían usar canales directos para alcanzar los
ámbitos de toma de decisiones.
Las divisiones dentro del campo empresarial tienen una larga tradición en la historia argentina. Las contiendas más duras fueron disputadas entre los sectores industriales y rurales, pero éstas no fueron las más sangrientas. Desde comienzos de la década de
1950, el sector industrial estuvo dividido en tres grupos, con la Unión Industrial
Argentina (01A) como principal asociación en cuanto concierne al poder económico’.
Sin embargo, la UTA no existió formalmente entre 1946 y 1955 y entre 1976 y 1978, a lo
que debe agregarse la intervención estatal entre 1955 y 1957 y su autodisolución entre
1974 y 1976 —para integrar la Confederación Industrial Argentina (GNA) junto con la
Confederación General Económica (CGE)—. En resumen, durante 18 años sobre 38
la UIA estuvo incapacitada para actuar como la voz de los industriales. - Los primeros industriales provinieron de la agricultura y el comercio hacia el cambio de
siglo, de modo que no eran empresarios novatos sino acreditados propietarios y comerciantes. Estos
hombres estaban deseosos por ampliar sus horizontes, y no se percibían como antagonistas. Las profundas divisiones entre capitalistas fueron ocasionadas por el agotamiento del modelo agroexportador
y la incompleta instalación de un modelo alternativo de sustitución de importaciones desde la década
de 1940 en adelante.
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El sector rural también se mantuvo dividido desde mediados de siglo, en este
caso en cuatro organizaciones principales. La Sociedad Rural Argentina (SRA) fue siempre la más representativa, tanto por la posición social de sus miembros como por el
valor de sus propiedades. Las Confederaciones Rurales Argentinas (cRA) son una asociación de tercer grado, que reúne once cámaras provinciales de productores con
menos importancia económica que la SRA. Ambas son tenaces defensoras de la propiedad privada, la libertad de empresa y la no intervención estatal, lo cual les hizo más
fácil alinearse con los regímenes dictatoriales que con los democráticos —concebidos como
populistas—. Por el contrario, las Federaciones Agrarias Argentinas (FAA) agrupan a pequeños y medianos chacareros que se sienten más cómodos bajo gobiernos democráticos
—aunque no han hecho mucho en su beneficio— que bajo la discrecionalidad propia
de las administraciones militares (Nun y Lattuada, 1990). La cuarta organización
rural, la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Limitada (CONINAGRO), carece de la relevancia institucional que las otras poseen, porque algunas de las cooperativas que representa son lo suficientemente poderosas como para promover sus intereses
por sí mismas.
Dentro del sector terciario, el enfrentamiento de intereses no parece haber fomentado conflictos demasiado divisores entre capitalistas. Sólo una asociación representa el
conjunto de las actividades comerciales del área, la Cámara Argentina de Comercio
(GAG). Los bancos también tienen sus propias organizaciones, la Asociación de Bancos
de la República Argentina (ADEBA) para las firmas nacionales y la Asociación de
Bancos de la República Argentina (ABRA) que representa a los bancos de capital extranjero. El resto de las asociaciones no son tan importantes como para influir ni en la formulación de políticas públicas ni en las estrategias de los otros actores.
Cuadro 1: Asociaciones del capital entre 1986 y 1990
Sector del capital Asociación Fecha de creación Nivel
organizacional
Asociaciones afiliadas
(de 2.° y 1 ° grado)
Firmas (o individuos)
englobados
UTA 1887 3 189 1.000-1.300
Industria CGE 1952 4
CGI 1950 3
SRA 1866 1 — (10.000 ind.)
Agricultura CRA 1942 3 12 300 100.000
FAA 1912 2 100.000
CoNmcito 1956 3 13 1.278 450.000
CAC 1924 1-3 240 3.750
«Ferrer sector ADEBA
ABRA
1972 2 (70 por ciento de los
depósitos en bancos
nacionales)
Fuentes: Itzcovitz (19871, Schvarzer (19911,11. Polornino (19951, Non y Lanuda (1990).
Poco puede hacerse para formalizar un sistema de intermediación de intereses
cuando una de las dos partes involucradas asume y conserva, por un largo período,
tan heterogénea y agudamente conflictiva forma, tanto en términos organizacionales
como ideológicos. Además, desde 1976 en adelante ninguna Administración estuvo
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comprometida en una negociación corporativa. Por el contrario, se desarrolló primero
un intento por disolver todas las asociaciones pico por parte de un régimen autoritario que proclamaba objetivos de liberalización; a continuación, la Administración
democrática trató de ejercer el poder institucional de una manera pluralista
(Portantiero, 1986), considerando a las asociaciones de interés como adversarios antes
que como socios en la formulación de políticas’.
Las características recién referidas distinguen el caso argentino de los modelos del
sur de Europa. En España, Portugal y Grecia los regímenes autoritarios fueron parcialmente burocráticos, pero se apoyaron sobre fuertes pilares tradicionales que los
proveyeron tanto de legitimación externa como de una lógica interna de funcionamiento. El resultado fue una concepción holista, dentro de la cual las organizaciones
sociales adquirían una presencia natural y, por lo tanto, una participación relevante.
Considerando el hecho de que sus exitosas transiciones llevaron mayoritariamente a los
partidos socialdemócratas al poder, con el apoyo de los trabajadores y orientados hacia
un esquema de concertación, es claro que una matriz ideológica decimonónica como
la de la Unión Cívica Radical (ucR) estaba mal preparada para tratar con una inorgánica pero latente sociedad corporativa. Para Alfonsín fue aún más difícil abordar esta realidad ya que, a pesar de la simpatía ideológica del presidente por el centro izquierda, los
sindicatos confrontaron frontalmente con su Administración y dieron apoyo a su rival
el Partido justicialista (Pj). Las tres estrategias sucesivas que el Gobierno radical practicó respecto de las asociaciones (principalmente del trabajo), autonomía, concertación
y cooptación, fracasaron sin atenuantes (Schvarzer y Sidicaro, 1987).
Aun cuando los sindicatos se mantuvieron formalmente unificados durante este
período, sus divergencias internas atestiguan la profunda división que atraviesa toda su
historia. Sus cuatro principales tendencias se orientaron tradicionalmente hacia distintas estrategias (Fernández, 1986). Mientras tres de ellas manifestaban adhesión al peronismo, la más pequeña de las cuatro se le opuso desde una ideología de izquierda.
Entre las agrupaciones peronistas, un ala colaboracionista solía inclinarse por responder
a la llamada del Gobierno, cualquiera que fuese su color; un segundo bloque, negociador, se mantenía listo para golpear o para entrar en negociaciones, dependiendo de las
recompensas ofrecidas; y un tercer grupo, confrontacionista, se hallaba dispuesto a
luchar antes que a pactar ningún acuerdo. Esta alineación tradicional se quebró debido a la erupción de la crisis fiscal del año 1982, que causó una nueva fractura entre los
trabajadores alejando a los sindicatos de empleados públicos de los demás’.
El modelo taylorista-fordista entró en crisis tras el golpe militar de 1976, junto con el modelo
de desarrollo por sustitución de importaciones y el concepto de la industria como motor del crecimiento. El Gobierno suspendió entonces las negociaciones colectivas, tanto para debilitar a los sindicatos como para instituir un mercado de trabajo liberalizado. La Administración radical mantuvo las
negociaciones colectivas entre paréntesis para estabilizar —sin éxito— la economía, y sólo restableció limitadamente su vigencia en 1988 (PALOMINO, 1995).
En relación con las huelgas y divisiones entre los sindicatos de empleados estatales y no estatales, cf. BLAKE (1992). Véase también la base de datos del CEUNM.
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Propiedades individuales de las asociaciones de interés
El análisis de las organizaciones en términos de sus características individuales
podría sorprender a observadores extranjeros. En efecto, el número de asociaciones obreras es claramente inferior al de las empresarias, a diferencia de Europa meridional. Ello
se debe, en parte, a la obligación legal de que cada actividad se agrupe bajo un sindicato único. Sin embargo, la densidad de sindicalización no contradice lo esperado si se
toman en cuenta las altas tasas de movilización social de la historia argentina; ésta es claramente más alta que las de Italia o Grecia, los mejores ranqueados en el sur de Europa
en tanto comprenden casi el 40 por ciento de la fuerza de trabajo. En Argentina, en el
año 1986, el promedio de sindicalización puede ser calculado en aproximadamente un
56 por ciento’, mientras del lado capitalista la tasa era aún mayor. Es difícil entender
cómo estas diferentes organizaciones, aparentemente pluralistas del lado del capital
y corporativas del lado del trabajo, pudieron dar lugar a tal grado de movilización.
También debe tenerse en cuenta que las quiebras institucionales forzaron nuevos procesos de afiliación después de cada nueva apertura democrática, lo que implicó una
repetitiva y más dificultosa tarea. Por otro lado, los ámbitos de representación difieren
de los del Viejo Mundo, presentando una abismal diferencia entre trabajo y capital
en lo que se refiere al área que abarca cada asociación. Esto se hace evidente en los cuadros i y II, que exponen la mayor cantidad de asociaciones con que cuenta el empresariado vis á vis los trabajadores pese a alinear muchos menos miembros.
Cuadro II: Asociaciones de trabajadores (en 1986)
Sindicatos Federaciones
CGT 1.412 75
Fuente Buchanan (1995).
Lo expuesto acerca de las propiedades individuales de las asociaciones de interés es
suficiente para evaluar los obstáculos organizacionales a la negociación de acuerdos. En
balance, el gran número de asociaciones empresariales, la estrechez de sus ámbitos de
acción y la división de sus asociaciones pico neutralizaron con creces la ventaja de la alta
membresíd. Del otro lado, la unidad formal de los trabajadores no reflejó la configuración real de poder durante la transición, más aún cuando los sindicatos no estuvieron
institucionalmente reorganizados hasta noviembre del año 1986. Además, la crisis
económica y la creciente división entre los sindicatos que pertenecían tanto al sector
Más de 7.075.000 trabajadores de acuerdo con el censo de población de 1980, mientras que
3.972.000 estaban registrados en el sindicato respectivo en 1984. Fuentes: MINISTERIO DE TRABAJO
(1986) e INDEC (1980).
La inexistencia de un campo de interés compartido por la mayoría de los capitalistas es certificado empíricamente en BLAKE (1992: 141).
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público como al privado, junto con las disputas en la arena sindical sobre la definición
de la identidad del peronismo, provocaron una intensificación de los conflictos internos
que resultó desfavorable para la construcción de una única voz. Es importante destacar que la alta densidad de afiliación alcanzada por los sindicatos argentinos es consecuencia de la tradición social más que de la voluntad individual. A pesar de ello, la
lealtad de los trabajadores y el poder de movilización de los sindicatos, manifestado
cada vez que la CGT convocó a un paro general, no deben ser subestimados —considerando, especialmente, que en Argentina el día de trabajo perdido no es pagado ni por
el empleador ni por el sindicato—.
Las asociaciones argentinas no han desarrollado un alto nivel de lo que se mencionó anteriormente como capacidad estratégica. Semejante capacidad implicaría, entre
otras cosas, el poder de autonomizar sus opciones respecto de las preferencias de corto plazo de sus miembros o socios externos —como los partidos— «para definir y sostener un curso de acción en el largo plazo…» (Schmitter, 1995: 301). Estos déficits
compartidos entre el capital y el trabajo dejaron poco margen de maniobra para realizar las concesiones que cualquier pacto requiere.
Propiedades colectivas de las asociaciones de interés
Para evaluar en qué medida se desarrollaron en Argentina las dos características sistémicas más importantes, governance y congruencia, es necesario analizar las propiedades colectivas de las asociaciones de interés. Ellas iluminarán el grado en que las
asociaciones representan intereses de clase —governance— y hasta qué punto las características de cada asociación reflejan aquellas de la organización rival equivalente —congruencia— (Schmitter, 1995: 311-312).
Una de las tres propiedades más relevantes de cualquier asociación es el grado de
cobertura de sus miembros potenciales. En Argentina, el alcance legal de los convenios colectivos de trabajo abarca a trabajadores y empleadores en un amplio espectro, haciendo obligatorios sus efectos para la respectiva rama de actividad y, por lo tanto, dejando de lado el
hecho de ser o no miembro de las asociaciones firmantes. El número de trabajadores
implicados por estos acuerdos obligatorios rondaba a mediados de la década de 1990 el 75
por ciento de la población económicamente activa».
Como en los casos del sur de Europa, el monopolio de la representación o su
ausencia no estuvo siempre vinculado a alineamientos partidarios, sino a las características propias del campo de interés pertinente. Esto es especialmente cierto del lado
del capital, donde la división de las asociaciones mayores se enmarca sobre las fracturas de los sectores alineados —industria, agricultura y servicios— y, dentro de ellos,
sobre el tamaño y posición de las firmas o propiedades, generalmente enfrentando a las
grandes empresas contra las PYMES. Raramente ha ocurrido que las asociaciones de - La Población Económicamente Activa (PEA) en Argentina alcanzaba en 1997 los 12.000.000
de personas, un 36 por ciento de la población total.
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capital fueran cruzadas por adscripciones partidarias. Cuando lo hicieron, fue debido
a que los gobiernos peronistas crearon desde el poder —o cooptaron— a algunas de ellas,
y nunca a las más grandes. Por el contrario, la pauta general fue la de acercarse a la
administración en el Gobierno, colonizando las pertinentes agencias del Estado cuando fue posible o haciendo lobby sobre funcionarios clave en caso contrario.
En lo que respecta a las organizaciones de trabajadores, la pauta predominante fue
la no división. La causa debe buscarse en el paraguas legitimador del peronismo, que
cubrió a todo el sindicalismo sin dejar lugar a otros partidos para insertarse. Ello no
habría sido posible sin la legislación que obligaba a los trabajadores a mantener sólo
un sindicato por rama de actividad y una única asociación pico. La otra cara de la
moneda, sin embargo, exhibe un sindicalismo con profundas divisiones internas, producto de las divergencias entre facciones del propio partido peronista. El sentido
inverso de la relación, que va del sindicalismo hacia el partido, encuentra a los líderes
gremiales detentando una cuota de poder real en el peronismo después de Perón —y en
el mismo gobierno, cuando fue ejercido por dicha agrupación—. Puede afirmarse incluso que, durante un corto período entre 1975 y 1976, verdaderamente tuvieron el poder
en sus manos. En contraste, las organizaciones empresariales nunca lograron posiciones de poder en modo tan directo. Sin embargo, la mayoría de las veces sus vías
alternativas (no oficiales) para ejercer influencia sobre el Ejecutivo fueron de lejos,
mucho más efectivas.
Considerando la dimensión de coordinación, entendida como la capacidad de unificar organizacionalmente a todos los intereses de un determinado sector, rama de la
producción o clase social, la CGT alcanzó un nivel superior al de las organizaciones obreras en Europa meridional. Los empresarios, en cambio, no han conseguido organizarse de igual modo, manifestando divisiones que llevaron a frecuentes conflictos de
interés. No sólo careció el capital de una asociación pico en los últimos veinticinco años,
sino que ninguna rama de la producción ha tenido una representación unificada. La
coordinación alcanzada ocasionalmente fue producto de una compartida ideología filoliberal y de acuerdos contingentes entre las asociaciones mayores’. Respecto al otro sector del capital productivo, la agricultura, nunca llegó a plantearse la cuestión laboral. El
hecho de que la CGT no representara cabalmente a los trabajadores rurales condujo a
una negociación bipartita entre las asociaciones agropecuarias y el Gobierno. - Las dos principales etapas en las cuales las mayores asociaciones del capital desarrollaron un
ámbito de coordinación conjunta tuvieron lugar, primero, durante la gestión de Alfonsín, cuando se formó el poderoso grupo de los Capitanes de la Industria para tratar con el Gobierno; y más tarde, durante el período de Menem, cuando se reunieron las principales asociaciones de todas las ramas
empresariales en el Grupo de los 8. La pintoresca situación de que, durante el Gobierno de Menem, los
presidentes de la UTA devinieran simultáneamente diputados peronistas no debe confundir el análisis:
ello no significó que los partidos hubieran logrado finalmente conquistar a las asociaciones de interés,
sino que las últimas habían perdido mucha de su importancia a manos de los crecientemente poderosos
grupos económicos (AGUAS, inédito). En consecuencia, era menor la relevancia de quienes ejercían la
representación formal en las empobrecidas burocracias organizacionales.
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Una característica fundamental del sector del trabajo es el hecho de que ningún
sindicato o federación haya actuado fuera del marco de la CGT, excepto durante los
períodos en que la misma sufrió divisiones. Enfocando el nivel interno, el principal cambio de los últimos veinte años ha sido la importancia decreciente del una vez todopoderoso sindicato metalúrgico (Unión Obrera Metalúrgica-uom), que ha cedido espacio
a los empleados de comercio (Asociación de Empleados de Comercio-AEC) —el mayor
sindicato en términos de cantidad de afiliados, y cada vez más importante por sus
recursos económicos—.
Cuadro HL Evolución en la afiliación de los mayores sindicatos
Mayores sindicatos 1973 1986 1989
Empleados de Comercio (AL.(,) 280.000 (1) 408.000 (1) 404.706 (1)
Metalúrgicos (00M) 270.000 (2) 267.000 (2) 349.897 (2)
Construcción (uocsA) 260.000 (3) 186.614 (3) 143.898 (3)
Bancarios (A10 83.647 (6) 156.070 (4) 135.142 (4)
Ferroviarios (ui) 167.908 (4) 143.304(5) 105.600 (5)
Mecánicos (SMATA) 121.135 (5) 53.976 (6) 89.016 (6)
Fuente: Julio Godio (1991). Entre paréntesis figura el ranking para el año dado.
El conjunto de propiedades de los actores colectivos quedaría incompleto sin una
referencia al Estado. Aun cuando de naturaleza diferente a las asociaciones de interés,
constituye una parte necesaria en las negociaciones colectivas tanto por su capacidad
única de garantizar los acuerdos como por su rol de empleador en una economía con
un amplio sector público. La mencionada capacidad de garantizar los acuerdos sociales es una condición sine qua non para la concertación. Uno de los déficits históricos
de Argentina es que el Estado no tuvo poder suficiente como para tomar decisiones e
implementarlas contra la resistencia de los mayores actores sociales, fueran éstos sindicatos, empresarios, Fuerzas Armadas o la Iglesia católica. Esta debilidad no pudo ser
superada siquiera durante las dictaduras militares, y por lo tanto el Estado nunca alcanzó altos niveles de autonomía. Por el contrario, la inestabilidad endémica de Argentina
puede leerse como el intento infructuoso de diversos actores sociales por crear un aparato estatal capaz de intervenir en la sociedad para imponer una lógica de interacción
que los beneficiara. A pesar de los muchos esfuerzos realizados por cada actor cuando
la oportunidad lo permitió’, el desarrollo continuo de dos juegos diferentes en dos
niveles distintos —sea pluralista, cosmopolita y universalista en las clases medias y
altas o corporativo, nacionalista y tradicionalista en las clases bajas— dio origen a un - Tales esfuerzos se orientaron, en su mayor parte, a la resolución del dilema peronisla. Así se
sucedieron estrategias de eliminación (por parte de la dictadura militar que derrocó a Perón), de
exclusión/integración parcial (durante las sendas administraciones radicales) y de cooptación (por las
dictaduras militares que derrocaron a los radicales). Cf. CAVAROZZI (1986) y KVATERNIK (1990).
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escenario en el cual cada contendiente careció de autonomía vis á vis el Estado (y viceversa), aunque todos apelaron a él en búsqueda de apoyo. La consecuencia es que tal
conflicto impidió al Estado construir su propia autonomía burocrática, en forma tal que
devino una arena donde se definían intereses —así como identidades parciales— antes
que un árbitro relativamente imparcial capaz de dar vigencia a los acuerdos entre actores sociales.
IV. CONCLUSIONES COMPARATIVAS PARA ARGENTINA
Esta sección final aborda las características del régimen parcial de relaciones laborales según se desarrollaron durante la última transición, planteándolas de forma que se
facilite la comparación con los procesos de consolidación de la democracia acaecidos en
Europa del sur (Schmitter, 1995).
La primera cuestión que se plantea es si hubo cambio o continuidad en el sistema
de representación de intereses. La respuesta es que la transición efectivamente significó una transformación global del ambiente dentro del cual los grupos de interés canalizaron sus demandas. Las asociaciones fueron legalmente reconocidas en un primer
momento, luego normalizadas —en términos de elección de sus propias autoridades— y
finalmente sentadas en la mesa de negociaciones con el actor opuesto y el Estado.
La siguiente cuestión es si Argentina desarrolló un modelo neo-corporativo de
intermediación de intereses o se caracterizó por poseer un sistema de corporativismo
estatal. Mi respuesta contradice las presunciones que comúnmente se dan por ciertas:
sostendré acá que ningún sistema corporativo de intermediación de intereses ha existido
en Argentina durante los últimos veinticinco años —mucho menos un sistema corporativo de formulación de políticas—, aun cuando es difícil ignorar el hecho de que muchos
de los grandes actores sociales estuvieron organizados en un modo corporativo. Sin
embargo, los actores no son el sistema; y el sistema no ha tenido un formato corporativo real». Este caso puede observarse como una lucha entre varios actores —por lo
menos dos, más sus facciones internas— que, orientados por distintas lógicas, dirimieron
posiciones sobre un terreno incierto. Los objetivos predominantes en cada bando
eran de corto plazo, y a la carencia de metas de largo aliento se sumó la ausencia de un
actor capaz de imponer una lógica común —las reglas del juego—. Esta situación puede
entenderse, en términos de teoría clásica, como un estado de naturaleza sin un Leviatán
que imponga orden; o, en más precisa terminología contemporánea, como un pretorianismo de masas, ya que los protagonistas de la contienda son grandes actores sociales
antes que individuos. En cambio, como se discute a continuación, es preferible entender el puzzle argentino como la historia de dinámicas desfasadas que se enfrentaron reiteradamente en distintos niveles, y que recién convergieron en un marco común después - COLLIER (1995) presenta una excelente revisión conceptual sobre el corporativismo. Su tesis
acerca de la normalización del concepto a mediados de la década de 1980 apoya teóricamente el argumento aquí formulado.
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de que la hiperinflación destrozara no sólo su consistencia como coaliciones distributivas sino también sus bases sociales y la misma estructura del Estado. El cuadro IV es
elocuente al respecto, y muestra cómo después de la catástrofe hiperinflacionaria la
conflictividad del trabajo decayó a niveles bajísimos previamente impensables.
La subsecuente reconstrucción de las lealtades colectivas se produjo de manera lenta, lo que permitió a la segunda Administración democrática —encabezada por el presidente Menem— aprovechar la desestructuración social para reconstruir el balance de
poder en un modo que nadie había logrado anteriormente. Por primera vez en décadas,
el Estado cortó la mayoría de los tentáculos de los grupos de interés que habían
colonizado su aparato y actuado parasitariamente sobre un cuerpo cada vez mas débil.
La matriz resultante aparece como la victoria de una tendencia no corporativa de intermediación de intereses, dando lugar a un nuevo animal: decisionismo ejecutivo
indisputado, si bien claramente sesgado hacia el lado del capital (O’Donnell, 1992;
Ferreira Rubio y Goretti, 1993). La importancia de los intereses organizados no ha desaparecido, pero su lógica de acción se asimila hoy más a los grupos de presión estadounidenses que a los grandes actores sociales europeos. En síntesis, el lobbying —propio
de la esfera privada— se ha impuesto sobre la concertación —expresión pública del
acuerdo social—u.
Cuadro Iv: Tasa de inflación, paros generales y conflictos laborales
Año Tasa de inflación (Iñ’i ) Paros generales Conflictos laborales Presidencia
1984 688 1 368 Alfonsín
1985 386 2 288 Alfonsín
1986 91 4 725 Alfonsín
1987 175 3 764 Alfonsín
1988 387 3 949 Alfonsín
1989 4.925 0 751 Alfonsín/Menem
1990 1.344 0 864 Menem
1991 84 0 581 Menem
1992 17 1 279 Menem
1993 7 0 224 Menem
1994 5 1 250 Menem
1995 3 1 445 Menem
1996 0 3 176 Menem
Fuentes: Conflictos laborales: Centro de Liudio3 Unión para la Nueva Mayoría; indice de Precios al Coi sumiclor: INDEC. - DUCATENZEILER (1990) argumenta convincentemente que esta característica está presente en
el sistema argentino de intermediación de intereses desde 1955, debido a la politización de los grupos
de interés y a la debilidad institucional del Estado. Sin embargo, el predominio definitivo del lobbying
pluralista sobre la concertación (neo) corporativa es más reciente, como aquí se destaca.
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En una sociedad marcada a fuego por el fenómeno peronista, podría suponerse
que las asociaciones de interés habrían sido eficazmente penetradas por los partidos
políticos. Sin embargo, esta hipótesis es errónea. Hay varias razones para explicar por
qué ello no sucedió. En primer lugar está el hecho de que el peronismo nunca consiguió convertirse en un verdadero partido —se concebía como la herramienta electoral
del movimiento nacional— hasta después de su renovación, ocurrida recién durante la
última transición democrática (McGuire, 1989). Otra causa, quizás menos obvia, es que
la inserción política del peronismo se construyó desde el Estado, y cuando se encontró lejos del poder careció de capacidad para ocupar otros espacios sociales. Si bien
los representantes sindicales tuvieron siempre las puertas abiertas para acceder a los líderes peronistas, éstos lograron mantener un margen apreciable de autonomía; las organizaciones gremial y partidaria, entonces, se manejaron por carriles separados —aunque
varias veces se enfrentaron desde dentro del Estado—. Del otro lado, los radicales no
quisieron o no pudieron infiltrar las asociaciones de interés, y carecieron del poder
para influenciarlas unilateralmente desde fuera. En lo que concierne al capital, los
empresarios prefirieron apelar directamente al Estado sin recurrir a la intermediación
partidaria. Estos rasgos constituyen una clara expresión de la relación radial entre las
organizaciones sociales (intereses) y políticas (partidos), que pivotaban sobre el
Estado como centro y desarrollaban, por ende, una mínima interacción transversal.
Una consecuencia de lo anterior es que las asociaciones pico del capital —cuando
existió— y del trabajo no fueron suficientemente poderosas, ni tuvieron la necesaria confianza en sus propias capacidades, como para embarcarse en negociaciones tripartitas
que hubiesen llevado a arreglos corporativos. Estas carencias no se debieron sólo a razones materiales (falta de recursos) o actitudinales (escasa autoconfianza) sino a motivos
ideológicos y cognitivos: se consideraba que el Estado debía jugar un rol dirigente para
lograr el acuerdo social, pasando por alto que su debilidad institucional le impedía cumplir semejante función. En definitiva, una forma mentís históricamente generada resultó —al menos— tan responsable de la incapacidad para alcanzar un consenso como las
demás causas que se mencionan en la literatura. La transición argentina parece también demostrar que la tesis de Blake (1992) es correcta, cuando afirma que la consecuencia de intentar y fracasar, en lo que concierne a pactos sociales, es peor que no
haber siquiera intentado. El resultado es la pérdida de prestigio y apoyo por parte de los
líderes sociales y las asociaciones de interés.
No es necesario aclarar que ningún sistema de intermediación de intereses creció,
y mucho menos se consolidó, en los quince arios transcurridos desde el cambio de
régimen, como sí ocurrió en Europa meridional. El patrón argentino de representación de intereses se desarrolló siguiendo el modelo norteamericano más bien que el
europeo, dando lugar a un sistema de intermediación informal, sesgado hacia el capital,
centrado en el Gobierno —o más precisamente en el Ejecutivo (Malamud, 2000), característica ésta que reivindica un elemento de latinoamericanidad—, que desechó la
negociación entre pares tanto como con los partidos.
Es difícil asegurar si la remodelación de este tipo de intermediación tenderá hacia
la autonomía organizacional (Murillo, 1997) o hacia alguna otra forma novedosa de
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organización. Sin embargo, si el sindicalismo no está muerto —quien conozca Argentina
sabe cuán duro de matar suele resultar—, el reciente cambio de Gobierno podría propiciar una galvanización de las asociaciones de trabajadores en perjuicio de un tan peculiar tipo de (des)organización de intereses.
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