Élites sociales y élites políticas en Argentina. Buenos Aires 1880-1930* (redalyc.org)
Élites sociales y élites políticas en Argentina. Buenos Aires 1880-1930*
Social Elites and Political Elites in Argentina. Buenos Aires, 1880-1930
Elites sociais e elites políticas na Argentina. Buenos Aires 1880-1930
Leandro Losada ** llosada@utdt.edu
CONICET, Argentina
Élites sociales y élites políticas en Argentina. Buenos Aires 1880-1930*
Colombia Internacional, núm. 87, pp. 219-241, 2016
Universidad de Los Andes
DOI: https://doi.org/10.7440/colombiaint87.2016.09
Resumen:El artículo analiza la estructura y composición de las élites de Buenos Aires entre 1880 y 1930. Para ello, se presenta un acercamiento prosopográfico que revela indicadores referidos a capitales políticos, económicos, culturales y simbólicos (orígenes familiares) entre integrantes de las élites políticas, económicas y sociales. Los argumentos se centran especialmente en la relación entre élite social y élite política. A partir de ello, se esgrimen hipótesis sobre el impacto de la ampliación democrática del sistema político (ocurrida en 1912) y más en general, de la transformación de Argentina en una sociedad de masas a principios del siglo XX.
Palabras clave:Argentina, democracia, élites (Thesaurus), sociedad de masas, siglo XIX, siglo XX.
Abstract:The article analyzes the structure and composition of the elites of Buenos Aires between 1880 and 1930. A prosopographical approach is presented that reveals indicators related to political, economic, cultural and symbolic capital (family origins) among members of the political, economic and social elites. The arguments are especially focused on the relationship between social elite and political elite. Based on this, the article presents hypotheses regarding the impact of the democratic expansion of the political system (which occurred in 1912) and, more generally, of Argentina’s transformation into a mass society in the early 20th century.
Keywords:Argentina, democracy, elites (Thesaurus), mass society, XIX century, XX century.
Resumo:Este artigo analisa a estrutura e a composição das elites de Buenos Aires entre 1880 e 1930. Para isso, apresenta-se uma aproximação prosopográfica que revela indicadores referentes a capitais políticos, econômicos, culturais e simbólicos (origens familiares) entre integrantes das elites políticas, econômicas e sociais. A partir disso, discutem-se hipóteses sobre o impacto da ampliação democrática do sistema político (ocorrida em 1912) e, mais em geral, da transformação da Argentina numa sociedade de massas a princípios do século XX.
Palavras-chave:Argentina, democracia, elites (Thesaurus), sociedade de massas, século XIX, século XX.
Introducción
Argentina atravesó una transformación de su estructura social entre el último cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Según una interpretación clásica, esta metamorfosis enmarcó un proceso de modernización cuyo escenario privilegiado fue la región litoral, y sobre todo, la ciudad de Buenos Aires. La inmigración ultramarina (sin parangones en ese período en cuanto a su importancia relativa frente a la población receptora), la movilidad social, la formación de vastos sectores medios, la integración a la economía mundial por medio de exportaciones agropecuarias y el pasaje hacia un régimen político con sufragio secreto, obligatorio y universal (en 1912, a través de la reforma electoral conocida como Ley Sáenz Peña), habrían sido las características distintivas de la transición de una sociedad tradicional a una sociedad de masas (Germani 1962).
Esta visión, que subraya los cambios estructurales, ha coexistido con otra caracterización referida especialmente a los sectores dominantes. De acuerdo a esta perspectiva, estos grupos (coincidentes a su vez con las familias tradicionales de la sociedad) habrían integrado un reducido y homogéneo círculo social, dueño de las riendas de la política y de la economía. La dominación de una oligarquía omnipotente es el retrato más emblemático al respecto.1
La renovación historiográfica que comenzó a desarrollarse en Argentina desde la década de 1960 revisó y refutó en gran medida esta mirada tradicional, a partir de un análisis más complejo de los rasgos y relaciones que habrían definido a los grupos políticos, económicos e intelectuales gravitantes (Botana 1994; Di Tella y Halperin Donghi 1969; Halperin Donghi 1992; Hora 2002; Losada 2009). Sin embargo, no abundan los trabajos que recuperen estas contribuciones con un acercamiento amplio y de conjunto, orientado a indagar la composición y la estructura de los sectores dominantes de Argentina en el puente del siglo XIX al siglo XX (Cantón 1964; De Imaz 1959; 1964; Edsall 1999; Ferrari 2008; Korn 1983; Smith 1974).
Ese es precisamente el propósito de este artículo: abordar la estructura y composición de las élites, y preguntarse por el impacto que tuvieron sobre estas las transformaciones sociales, económicas y políticas que signaron al país entre 1880 y 1930. Los interrogantes que guían la exploración pueden sintetizarse de la siguiente manera: 1) ¿debemos referirnos a una élite indivisa que conjugó poder político, riqueza y prestigio?; o, en cambio, 2) ¿se delinea un panorama más cercano a la existencia de tantas élites como dimensiones sociales? La atención se ha concentrado en la ciudad de Buenos Aires, pues además de ser el escenario en el que los cambios sociales tuvieron mayor alcance, fue allí donde se establecieron las élites de gravitación nacional.
Para responder a los interrogantes se ha realizado un estudio prosopográfico. Se relevaron los integrantes de instituciones, corporaciones y entidades políticas, sociales, económicas y académicas en tres cortes temporales (1885, 1905 y 1925) y se seleccionaron 347 casos por medio de un “muestreo aleatorio sistemático” (Levin y Rubin 2004, 238-242). Los casos fueron distribuidos de acuerdo a su “puerta de entrada” en la muestra: políticos; directivos de clubes sociales (en adelante DCS); directivos de corporaciones económicas (en adelante DCE); y profesores universitarios. La indagación empírica rastreó, para cada caso, un conjunto de variables entendidas como relevantes para ocupar una posición de gravitación social: poder político, riqueza, prestigio social, saber (o capital cultural) y orígenes familiares. Como se puede advertir, por un lado, se buscó identificar variables ocupacionales, a falta de un término más apropiado en tanto es difícil establecer hasta qué punto la participación en determinada esfera de la sociedad implicaba, recurriendo a Max Weber, un “vivir de” o al menos un “vivir para” a comienzos del período (Weber 1992, 1066-1068). Por otro lado, se pretendió detectar atributos simbólicos, por ejemplo el prestigio.2
La naturaleza de la sociedad sobre la que se vuelca esta pesquisa, que delimitaba en gran medida la vida pública a los hombres, hace que las variables e indicadores nos enfrenten con un universo exclusivamente masculino. A su vez, las cantidades sectoriales son: 136 DCS; 94 DCE; 63 políticos; y 54 profesores universitarios. Es importante subrayar que este diferente peso relativo entre los casos no implica sesgos en los resultados obtenidos. Metodológicamente fueron entendidos como diferentes categorías de análisis para el abordaje de un problema y de un universo social, considerado formalmente común en principio: las altas capas sociales. Concluir que cada una de esas categorías refleja grupos sociales históricamente existentes es un resultado posible, pero no un punto de partida.3
El objetivo de la reconstrucción prosopográfica, por lo tanto, fue rastrear las características de la participación de los casos en la esfera social por la que ingresaron a la muestra (el poder político, la riqueza, la sociabilidad distinguida, el capital cultural), el alcance y los rasgos de su participación en aquellas dimensiones distintas a las de su vía de entrada, y sus orígenes familiares. Aun con las limitaciones explicativas intrínsecas a la prosopografía como opción metodológica (Stone 1986, 61-94), un análisis del entrecruzamiento de las élites desde diferentes vías de acceso, permite obtener evidencias sobre el grado de homogeneidad o de heterogeneidad de su composición, estructura y evolución a lo largo del período. Además de ponderar la escala de unidad o de diversidad, el ejercicio aquí presentado brinda un panorama sobre la composición social de cada uno de los sectores elegidos.
El artículo propone un abordaje de conjunto. De todos modos, algunas consideraciones interpretativas se concentrarán especialmente en las élites políticas. Las razones son que, como se ha dicho, algunas de las transformaciones más emblemáticas del período ocurrieron en la esfera política (la sanción del sufragio secreto, obligatorio y universal en 1912) y que nociones muy transitadas para retratar a los sectores dominantes, como oligarquía , proceden de un vocabulario político extrapolado luego para trazar semblanzas generales.
1. Poder, riqueza y prestigio
Una pregunta central es si se advierte la existencia de una élite o varias y cuándo es apreciable una u otra posibilidad. En términos operativos, este problema podría desagregarse en diversos interrogantes: ¿Qué grado de superposición y proximidad social existe entre los casos? ¿Puede identificarse un conjunto de individuos con actuaciones en múltiples esferas de la sociedad, o por el contrario, más definidamente volcados a determinadas dimensiones? ¿Qué vínculos se delinean entre atributos como el poder, la riqueza y el prestigio (Weber 1972)? ¿Cómo evolucionan todos estos aspectos a lo largo del período?
Para contestar estas preguntas se ha diseñado el cuadro 1. Allí se presenta el entrecruzamiento entre los casos de la muestra (directivos de clubes sociales —DCS—; directivos de corporaciones económicas —DCE—, políticos y profesores universitarios) y, sobre ello, la importancia relativa de las variables incluidas en el análisis.
Cuadro 1
Participación de directivos de clubes sociales, directivos de corporaciones económicas, políticos y profesores universitarios 1885-1905-1925 (N= 347).
Fuente: base de datos del autor.
De acuerdo a las ponderaciones del cuadro 1, es apreciable que en el primer año considerado (1885) una importante mayoría de los casos proviene de un universo social común. Podría decirse que se está frente a una élite relativamente homogénea y polifuncional, cuyos integrantes están socialmente próximos y conjugan diversos capitales gravitantes.
Los políticos, directivos de corporaciones económicas (DCE) y directivos de clubes sociales (DCS) de 1885 se destacan por tener poder, prestigio y riqueza en proporciones significativas y/o relativamente similares entre sí. Casi la mitad de los DCS ocupan cargos políticos y prácticamente todos tienen una importante posición económica. Esta última es una característica que cubre a un porcentaje similar de los políticos (95%), cuyo 70%, aproximadamente formaba parte de clubes sociales distinguidos. El único contraste notorio es que sólo la mitad de los DCE integran las entidades sociales de prestigio y apenas un tercio ejercía cargos políticos. Aun así, los profesores universitarios son quienes menos próximos están al resto de la muestra: la membresía a clubes sociales alcanza a un tercio de estos casos (contra el casi 70% de los políticos y el 50% de los DCE); y sólo la mitad de ellos tiene un destacado estatus económico (contra prácticamente la totalidad de los DCS y de los políticos).
Si se considera el período en su conjunto, es posible identificar una más cercana relación entre prestigio y riqueza que entre prestigio, poder político y capital cultural. Por ejemplo, al observar los indicadores globales de los tres años incluidos en el análisis (“Total del período” del cuadro 1), para los directivos de clubes sociales la riqueza y/o una destacada actuación en el campo económico es un eje con un peso relativo definitivamente más importante que la participación política o académica. El primer rasgo incluye a casi el 80% de los DCS, mientras que los dos últimos, a alrededor del 33% y del 16% respectivamente. A su vez, su gravitación económica es mayor que la constatada en políticos y profesores universitarios. De nuevo, sumando el total del período, dicha variable aparece en el 68% de los políticos (proporción que incluye además un pronunciado descenso a lo largo de los años: de un 95% en 1885 a un 44% en 1925) y en un 37% de los profesores universitarios.
Un matiz que merece destacarse es que la presencia de los DCE de la muestra en los clubes distinguidos no resulta muy significativa. En ninguno de los tres años relevados supera el 50% (aunque en el último año, 1925, su participación allí es mayor que la de políticos y profesores universitarios: 44% y 39% respectivamente). Tampoco es muy destacable la proporción de DCE que ocupó cargos políticos (para todo el período 23,4%). Posiblemente ambos indicadores se deriven del perfil de los casos. Entre las corporaciones y entidades relevadas, se incluyeron las que representaban sectores novedosos de la economía, como la industria o las finanzas, y no sólo los más tradicionales, como el agropecuario. Ello quizá incida en la moderada participación en los espacios de sociabilidad, para la cual, sin embargo, hay también algunos matices según los clubes, como se verá enseguida. Paralelamente, el desempeño al frente de entidades sectoriales o corporaciones pudo haber desalentado la participación política al ofrecer canales alternativos para la relación con el poder público.
La interrelación entre prestigio, poder, riqueza y capital cultural que se desprende de estos índices sugiere, por otro lado, un cambio respecto al panorama que caracterizaba a la ciudad de Buenos Aires a mediados de siglo XIX. Por entonces, la actuación política, el perfil intelectual y la gravitación económica eran ejes con un peso relativamente similar en las élites porteñas, aunque, paulatinamente, la riqueza y el poder económico comenzaran a adquirir relevancia (González Bernaldo de Quirós 2001, 257-261).
Estas torsiones tienen una expresión singular en el propio campo de la alta sociabilidad. Junto al Club del Progreso —centro social creado en 1852—, símbolo de la Buenos Aires anterior a las grandes transformaciones del fin de siglo, y en cuyo perfil fundacional la dimensión política había tenido importante protagonismo, aparece el Jockey Club —fundado en 1882— que simboliza un proceso de refinamiento de conductas y consumos alentado por la belle époque de preguerra (Losada 2008).
Al desagregar la membresía de uno y otro club, la pertenencia al Jockey es mayoritaria en todos los casos de la muestra. Pero a su vez, su preeminencia es más equilibrada entre políticos y profesores universitarios, y más acentuada en los directivos de corporaciones económicas. Entre los políticos, los socios del Jockey son un 47,5%, y los del Club del Progreso un 40,7%; entre los profesores universitarios, un 32,7% y un 26,6% respectivamente. En cambio, el 51,5% de los DCE fueron socios del Jockey, y sólo el 23,5% lo fue del Progreso. A la vez, la actuación económica fue un rasgo más preponderante entre los círculos directivos del Jockey que entre los del Progreso (alcanza a un 93% de los primeros y a un 65% de los segundos), mientras que la actuación política, menos notoria en ambos grupos, es ligeramente mayor entre los del Progreso (38% contra el 31% entre los del Jockey) (Losada 2006).
En suma, los casos de la muestra que pertenecieron al club social que nace y se consolida en este período, el Jockey Club, reflejan la estrecha relación entre prestigio y riqueza que se afirma en estos años. Las novedades en la edificación del prestigio social tienen un indicio en el hecho de que la pertenencia al Jockey era un capital más valioso que la membresía al Progreso para acceder a la entidad más exclusiva de la ciudad, el Círculo de Armas (creado en 1885, a diferencia del Progreso y del Jockey, estableció un tope de 400 socios).
Entre los políticos, académicos y directivos de corporaciones económicas hubo 44 socios del Círculo de Armas pero sólo dos fueron exclusivamente socios del Club del Progreso y de ningún otro centro social; un tercio (15) fue conjuntamente miembro del Jockey y del Club del Progreso; y más de la mitad (25) fue sólo socio del Jockey Club. De igual manera, más de la mitad de los directivos del Jockey integraron el Círculo de Armas (45 sobre 80), mientras que sólo lo fue un 18% (10 de 56) de los directivos del Progreso. Se ve también mayor cercanía entre prestigio y riqueza que entre prestigio y política. El peso relativo de los socios del Círculo de Armas, para todo el período, es mayor entre los políticos que entre los DCE (28,6 y 19,1% respectivamente). Pero su evolución es inversa: los 18 políticos socios del Círculo se distribuyen en cuatro (1885), diez (1905) y cuatro (1925); los DCE, por su parte, en tres (1885), seis (1905) y nueve (1925).4
Por lo tanto, la cercana relación entre gravitación económica y gravitación social que se vislumbra en la muestra se recorta como un signo de las huellas que provoca la consolidación de una economía capitalista en la estratificación social, y sobre ello, en el perfil de las élites. Este proceso, delineado en Argentina ya desde el tercer cuarto del siglo XIX, se afirmó en sus dos últimas décadas gracias a la integración territorial del país, favorecida por las campañas de apropiación de tierras hasta entonces ocupadas por indígenas, la normalización político-institucional alcanzada en 1880 (unidad política y consolidación del Estado Nacional) y la apertura a capitales y trabajo extranjeros, que aparejaron una sofisticación de la estructura económica y su definitiva incorporación a la economía mundial como exportadora de materias primas agropecuarias (Cortés Conde 1979).
En otro sentido, la muestra arroja indicadores que aluden a una progresiva diversificación y especialización de campos sociales. Las ponderaciones concernientes a la política y los políticos son reveladoras. Se ha afirmado que entre 1880 y 1916 se desplegó un “orden conservador” durante el cual la política estuvo en manos de “notables”, es decir, de individuos en posiciones gravitantes de la sociedad y de la economía (Botana 1994, 65-81; Botana y Gallo 1997). La muestra brinda índices que sustentan esta semblanza. Un 95% de los políticos de 1885 tuvo una destacada posición económica y casi el 70% perteneció a la sociabilidad distinguida. En 1925, en cambio, sólo un 44% de los políticos integraba los círculos económicos o sociales de relevancia o de alto estatus.
En otras palabras, se advierte un proceso de distanciamiento de los políticos respecto a los espacios de estatus y de gravitación económica. Esta tendencia, vale destacar, fue pausada antes que súbita. Algunos indicadores así lo constatan. Por ejemplo, los directivos de clubes sociales y de corporaciones económicas que ocuparon cargos políticos se reducen de manera apreciable ya entre 1885 y 1905. Este índice pasa de un 48% a un 30%, y de un 33% a un 20% respectivamente. Puede notarse que el descenso continúa en 1925, pues ese año los indicadores arrojan un 24% para los DCS y un 17% para los DCE. Pero aun así la disminución de la ocupación de cargos políticos es más pronunciada entre 1885 y 1905, que entre 1905 y 1925.
Semejantes indicadores podrían interpretarse como indicios de cierta autonomía sectorial de la política, delineada desde finales del siglo XIX y acentuada desde entonces (Botana 1994; Gallo 2000; Halperin Donghi 1992). Es importante resaltar que es una tendencia identificable en tiempos en que existía un universo social relativamente homogéneo, pues, como se vio previamente, los casos iniciales de la muestra conjugan poder, prestigio y riqueza. También merece subrayarse que sería un proceso visible antes de los cambios políticos e institucionales de 1912-1916. Es decir, del punto de inflexión tradicionalmente asociado con la reforma electoral de 1912 y con el cambio de régimen aparejado por el triunfo de la Unión Cívica Radical (UCR) con Hipólito Yrigoyen en 1916, que desplazó del poder al elenco gobernante desde 1880, el Partido Autonomista Nacional (PAN).
Al mismo tiempo, entre los políticos de la muestra, la actuación académica tiene un mayor peso que entre los DCS o los DCE (un 28,5% frente a un 16% y apenas un 7,5% respectivamente para todo el período). De manera recíproca, la actuación política de los profesores universitarios tiene un índice próximo a los DCS y mayor a los DCE (31%, 32% y 23% respectivamente, otra vez considerando los totales para el conjunto del período). Son indicadores sugestivos, teniendo en cuenta que se ha entendido a la formación universitaria como un signo de la profesionalización de la política (en tanto supone la necesidad de ciertos saberes especializados para desempeñarse en funciones estatales, González Bernaldo 2001, 124-131 y 266-278). Además, a lo largo de este arco temporal, la gravitación de la formación universitaria aumentó a raíz de la ampliación y complejización del entramado institucional del Estado (Plotkin y Zimmermann 2012; Zimmermann 1995).
Cabe agregar que hubo cambios en la sociabilidad, que posiblemente también distendieron la relación entre alta sociedad y política. Por ejemplo, a comienzos del siglo XX el Jockey Club otorgaba la membresía a los integrantes del poder ejecutivo nacional, los gobernadores provinciales, el intendente de Buenos Aires, los representantes y funcionarios diplomáticos, y a diputados y senadores nacionales (estos últimos bajo la figura, en sí moderada, de “socios transeúntes”). Pero a la vez, ninguno de ellos tenía “la facultad de deliberar en las asambleas de socios efectivos” (La Nación , “Notas sociales.Jockey Club”, 30 de septiembre de 1902). Es decir, no podían intervenir en la vida institucional del club. La disposición fue una manifestación puntual de un fenómeno más extendido: la huella de conflictividad y fractura que la política había dejado en los clubes sociales a lo largo del siglo XIX y que, por ejemplo, había afectado al propio Jockey Club en las elecciones de sus comisiones directivas (Gálvez 1999; Losada 2007).
Lo interesante es que posiblemente por la conjugación de todos estos aspectos (la profesionalización, o al menos la especialización de la política; una relación entre alta sociabilidad y política recorrida por mediaciones), se aprecia un alejamiento progresivo de la política de individuos con gravitantes posiciones en la sociedad o en la economía. Con todo, vale igualmente subrayar que el contexto 1912-1916 (reforma electoral y triunfo de la UCR) parece haber resignificado esta brecha.
Al focalizar la atención en los DCS, en 1925 se ve que perdura un descenso en la participación política, ya advertido entre 1885 y 1905. De todos modos, asoman algunas peculiaridades entre los dirigentes del Jockey Club. Los casos de 1925 que reconocen en sus trayectorias biográficas la ocupación de cargos políticos, los ejercieron antes de 1916 (o lo volverían a hacer con el golpe de estado de 1930 que desplazó al radicalismo del poder). Sólo hay una excepción, correspondiente a Benito Villanueva, quien concluyó su segundo mandato como senador en 1922.
Por lo tanto, aun cuando se ha matizado la renovación social que supuso el cambio de régimen aparejado por el ciclo de las presidencias radicales de 1916-1930, y, aún más, se ha subrayado una importante pertenencia al Jockey Club de sus elencos ministeriales (al menos hasta la segunda presidencia de Yrigoyen de 1928-1930, Gallo y Sigal 1963; Smith 1976), la ausencia de hombres del radicalismo entre los círculos directivos de clubes sociales de la muestra constituye un sugestivo indicador a favor de los desplazamientos que implicó este recambio político. Al menos, pone de presente que la identificación radical no fue un rasgo especialmente valorado en la alta sociabilidad al momento de perfilar sus núcleos más representativos o gravitantes (en una misma dirección apunta el dato de que los directivos relevados hayan vuelto a tener actuación política después de 1930).
Por otro lado, debe contemplarse que la importante participación de los directivos del Jockey Club en el mundo de la economía seguramente los convertía en hombres influyentes, con herramientas para ejercer poder en sentido weberiano (capacidad de influencia para imponer la propia voluntad, Weber 1992, 43). La misma conducción de un centro social como el Jockey, que a diferencia del Progreso tuvo una activa intervención en la esfera pública (fundamentalmente a través de una extendida acción filantrópica y de asistencia financiera a la política social del Estado), ofrecía un lugar institucional para otorgarles un poder social con fuerza política, y quizá volver innecesaria una actuación personal en esa esfera (Hora 2002).
No obstante, la ausencia de ocupación de cargos políticos es un aspecto a destacar debido a que implica un contacto más indirecto con el poder político y el control del Estado (acudiendo una vez más a Weber, el fundamento último del poder en sociedades modernas). En consecuencia, el panorama que devuelve la muestra refleja que a mediados de la década de 1910 hubo desplazamientos en los elencos políticos. Estos, a su vez, fueron manifestaciones concretas de transformaciones más amplias de la sociedad.
Acerca de este punto, conviene recordar la información relevada sobre los políticos. La proximidad social que podía plantearse entre los casos de 1885 y los individuos en lugares gravitantes de la alta sociedad o de la economía se atenúa de manera apreciable avanzando el tiempo. La pertenencia a clubes sociales prestigiosos o una destacada posición económico-social no alcanza a la mitad de los políticos de 1925. En cambio, en 1905 ambos índices cubrían a casi las tres cuartas partes de los casos, y en 1885, la membresía a clubes sociales se encontraba en el 70%, mientras que prácticamente todos los políticos de ese año (18 de 19) tenían una relevante posición y/o actuación económica.
De forma paralela, adquiere nitidez el carácter “profesional” de los políticos. Para una tercera parte de los políticos de 1925 no pudieron constatarse otras ocupaciones que el propio ejercicio de cargos públicos. Más aún, casi todos comenzaron su carrera luego de la sanción de la reforma electoral (sólo 2 casos de los 25 de este último año ocuparon cargos con anterioridad a 1912). Sus edades no habrían sido obstáculo para ello. El promedio de edad de los políticos de 1925 es de 47,7 años, es decir, estaban en condiciones formales de ocupar cargos legislativos ya a mediados de la primera década del siglo XX.
Los resultados aquí presentados tienen puntos de coincidencia con los de otras investigaciones. Un estudio pionero de la década de 1960 ya había argumentado las similitudes entre las élites políticas anteriores y posteriores a 1916, precisando de todos modos que los dirigentes de la UCR provenían de familias prominentes pero de raíces más recientes que las del PAN. A raíz de ello, se sostuvo que entre ambos grupos hubo similitudes en lo referido a la situación económica e incluso a la pertenencia a ámbitos de sociabilidad de prestigio, pero diferencias en lo tocante a los antecedentes de la familia en la vida política (una singularidad que se denominó “incongruencia de estatus”) (Alonso 2000; Gallo y Sigal 1963).
Otros trabajos posteriores enfatizaron el carácter atenuado de la renovación social que supuso el ascenso de la Unión Cívica Radical en las élites políticas. Se encontraron matices entre los parlamentarios y los miembros de los gabinetes presidenciales, y, en general, las evidencias indican que entre conservadores y radicales, en estos últimos hubo más indicios de la renovación poblacional provocada por la movilidad social y la inmigración masiva (Cantón 1964; Ferrari 2008; Smith 1974, 25-26).
Mirando las cosas en perspectiva, puede concluirse que las rupturas que supuso 1916 en general, y el radicalismo en particular, en la composición social de la élite política fueron importantes —al menos— en los integrantes de la cámara baja. El panorama fue más atenuado al contemplar conjuntamente diputados y senadores, y los contrastes, prácticamente inexistentes, si la atención se dirige a los gabinetes nacionales (al menos hasta 1928).
2. Orígenes familiares
La consideración de los orígenes familiares, precisamente, brinda evidencias adicionales sobre el grado de proximidad entre los casos de la muestra. Al mismo tiempo, permite visualizar la recomposición provocada por la inmigración masiva y la movilidad social del período. A tal efecto, en el cuadro 2 se presentan los índices relativos al origen temporal patrilineal y en el cuadro 3 al origen espacial patrilineal.5
Cuadro 2
Orígenes familiares patrilineales temporales de directivos de clubes sociales, directivos de corporaciones económicas, políticos y profesores universitarios 1885-1905-1925 (N= 252)
Fuentes: base de datos del autor.
Cuadro 3
Orígenes familiares patrilineales espaciales de directivos de clubes sociales, directivos de corporaciones económicas, políticos y profesores universitarios 1885-1905-1925 (N= 247).
Fuentes: base de datos del autor.
En un primer momento (1885) los orígenes temporales confirmarían lo señalado en el apartado anterior: una apreciable cercanía social entre la gran mayoría de los casos, no sólo por sus trayectorias personales, sino también por el perfil predominante de sus procedencias familiares. El universo social preponderante de los casos de 1885 (un 66% —49 sobre 74—) podría definirse como el de las “familias tradicionales”, por antigüedad de orígenes patrilineales.
Es cierto que puede argumentarse que a medida que se avanza en el tiempo es esperable que disminuya la proporción de casos con orígenes de temprana raigambre en la ciudad o en el territorio argentino. Por esto mismo, resulta significativo que ese tipo de orígenes familiares “tempranos” mantenga su preeminencia en los directivos de clubes sociales (DCS) a lo largo de los tres años considerados, a pesar de la mutación estructural en la sociedad producida por la inmigración masiva. En cambio, su preeminencia se diluye progresivamente entre los políticos, los DCE y los profesores universitarios.
Si se contemplan los índices para la totalidad del período, casi el 70% de los DCS (68 casos sobre 98) tienen orígenes familiares patrilineales en el período colonial y cerca del 41% (40 casos sobre 98), orígenes porteños. Para los políticos, DCE y profesores universitarios considerados conjuntamente, en cambio, esas proporciones —nuevamente para todo el período— son del 46,1% (71 casos sobre 154) en lo referido a orígenes coloniales, y 28,2% (42 casos sobre 149) respecto a orígenes porteños. Es decir, en estos casos se advierte un proceso de recomposición social de una envergadura que no se constata en los DCS. Los orígenes familiares, en suma, refuerzan el panorama apreciable en la ponderación de las variables socio-ocupacionales: la atenuación de la proximidad entre los casos avanzando el período. Aparecen, además, otros puntos de interés.
En primer lugar, al volver sobre los índices de los cuadros 2 y 3, es identificable un panorama de relativa porosidad en la ciudad de Buenos Aires desde los momentos iniciales del período, en distintas esferas sociales. Considérese, a modo de ejemplo, que en 1885 más de la mitad de los DCE, la cuarta parte de los políticos y un tercio de los profesores universitarios no tienen orígenes coloniales. Lo mismo se observa en 1905 para dos tercios de los DCE, la tercera parte de los políticos, casi la mitad para los profesores universitarios, e incluso aproximadamente un tercio de los DCS. De todos modos, también se advierte que la porosidad se atenúa, o al menos se difiere, en un plano generacional. De los 106 casos de origen inmigrante (de todo el período), 71 nacen en Argentina. Semejantes índices sugieren que estos eran argentinos de primera o segunda generación, pero ya no, ellos mismos, extranjeros.
En segundo lugar, debe considerarse que en una sociedad inmigratoria la antigüedad familiar y de residencia podían ser un valioso capital simbólico, de prestigio y distinción, frente a la sociedad en su conjunto, pero quizá más en el interior de las élites. Significativamente, los políticos, DCE y profesores universitarios de orígenes familiares coloniales de todo el período (71 casos) pertenecieron en una importante proporción a la alta sociabilidad (el 73% —52 casos—). En cambio, sólo un 42% (35 casos sobre 83) de los políticos, DCE y profesores universitarios de orígenes no coloniales integró los clubes sociales distinguidos de la ciudad.
Por último, cabe agregar que si se desagregara esta pertenencia según las entidades aquí relevadas, el Jockey Club volvería a ser el más importante: los orígenes tempranos predominan entre los directivos del Club del Progreso a comienzos del período (todos ellos tienen orígenes coloniales en 1885) y lo hacen entre los del Jockey a finales del mismo (más significativo, teniendo en cuenta que para entonces ya es patente el cambio estructural de la sociedad). En 1925 las tres cuartas partes de estos (contra un 60% de sus pares de 1885) poseían ascendientes familiares patrilineales coloniales (sólo dos del Progreso poseen esa característica por entonces).
A la luz de estas evidencias, bien puede concluirse que la sociabilidad (y más específicamente el Jockey Club) es el indicador más pertinente, de todos los aquí contemplados, para identificar durante el período en su conjunto a las “familias tradicionales”, o al grupo social frecuentemente denominado “clase alta” porteña.
Líneas arriba se ha señalado que es razonable argumentar que la renovación de las élites en un país de inmigración y de movilidad social es una consecuencia esperable, así como lo es que los espacios de sociabilidad hayan implementado filtros más estrictos en semejante contexto. Los indicadores presentados muestran que, en efecto, las transformaciones desplegadas en Argentina de inicios del siglo XX atenuaron la centralidad de las familias tradicionales en la integración de las élites y, por lo tanto, en la conducción de la sociedad. Pero asimismo puede identificarse otro proceso, en relación con el anterior, pero singular. Los cambios de la sociedad erosionaron además el carácter de las familias tradicionales como grupo social de referencia o de arbitraje en la construcción y consagración de reputaciones (Merton 1964, 230-283).
La política vuelve a ofrecer casos ilustrativos al respecto. Por ejemplo, vale presentar someramente las relaciones establecidas por dos políticos de la muestra con una misma familia de la “aristocracia”, la Alvear, en distintos momentos: Ramón Cárcano en los años 1880 y José Tamborini a mediados de la década de 1910 y en la de 1920.6 Estos personajes exponen puntos ya señalados, como también precisan los alcances de algunas afirmaciones.
Por un lado, Cárcano y Tamborini ilustran la renovación de la élite política que supusieron en sus momentos respectivos 1880 y 1916. Cárcano provenía de la élite política cordobesa, e integró los elencos del PAN que llegaron al poder en 1880. Tamborini refleja la promoción de hombres nuevos en la sociedad a través de la política que aparejó el radicalismo. Asimismo, el caso de Cárcano da cuenta de la permeabilidad de la sociedad anterior a la inmigración masiva, y en particular del campo político anterior a 1916, sin olvidar por ello las diferencias cualitativas de la inmigración temprana: su padre era un profesor universitario italiano afincado en la provincia de Córdoba a mediados del siglo XIX.
Ahora bien, el presidente de la República entre 1922 y 1928, proveniente además de la Unión Cívica Radical, fue Marcelo T. de Alvear. La gravitación en la política posterior a 1916 de un individuo proveniente de la élite social marca puntualmente los límites de la renovación social del radicalismo, y en un plano más general, ilustra la ausencia de uniformidad política que recubrió a las familias tradicionales (en este sentido, las ponderaciones presentadas anteriormente sobre la ausencia de ocupación de cargos políticos entre los directivos del Jockey Club después de 1916 se recortan como un signo de sus propias orientaciones políticas antes que de las de su círculo social en su conjunto). Este podría pensarse, entonces, como un ejemplo que matiza el progresivo desplazamiento de la élite social.
De todos modos, conviene subrayar un punto adyacente. En sus memorias, Cárcano recuerda que su incorporación al nuevo oficialismo nacional de los años ochenta lo había llevado a recalar en las tertulias de don Diego de Alvear, para desde allí anudar y profundizar contactos políticos. Esto le permitió, además, insertarse en el mundo de la “sociedad porteña” a pesar de su declarada “susceptibilidad provinciana” (Cárcano 1965, 212; Fernández Lalanne 1980, 357).
Diferentes, en cambio, fueron el contexto y las modalidades por las cuales Tamborini (que nació contemporáneamente a la llegada de Cárcano a Buenos Aires en 1886) se vinculó con el mencionado Marcelo T. de Alvear, sobrino de don Diego. La trayectoria de Tamborini se debió a su inserción temprana en el radicalismo (a los diecinueve años participó en la última asonada revolucionaria de la UCR en 1905) continuada como elector presidencial en 1916 y como diputado nacional desde 1918, hechos que lo acercaron a Alvear, de quien sería ministro del Interior en 1925-28, uno de los pocos miembros de ese gabinete que debía su puesto a su trayectoria en el partido y en el que no se conjugaban la filiación política y la pertenencia al grupo social del presidente.
El diferente vínculo que ambos establecieron con el mundo de la élite social podría entonces aparecer a primera vista como signo de una exclusión de hombres nuevos a medida que se avanza en el tiempo: Cárcano frecuentó las tertulias de la alta sociedad; Tamborini, hasta donde puede constatarse, no. Sin embargo, lo que ambos ejemplos muestran es que la autonomización del campo político ofreció otras instancias para la construcción de una carrera política exitosa: concretamente el partido, no ya las veladas en residencias familiares o en los clubes de la upper class .
En otras palabras, la paulatina aparición de élites autónomas sobre campos crecientemente específicos, con sus propios mecanismos de construcción de trayectorias, de legitimación e incluso de consagración de prestigio, pudo volver progresivamente innecesaria la pertenencia a las entidades de la alta sociabilidad en sus connotaciones funcionales.
El capital social urdido a través del contacto con figuras de las familias tradicionales no exigía, en todo caso y de manera ineludible, acceder a su mundo social para edificarlo. Derivado de esto, la vinculación con personajes de la upper class apareció cada vez más, y ante todo, como una relación con personajes relevantes por su peso específico en una determinada dimensión social; peso en el que su origen familiar podía tener cierta importancia, pero que debía estar necesariamente reforzado por capitales singulares. Así lo expresa el propio Alvear, en tanto fue su capital político (su designación por Yrigoyen) antes que su procedencia social el eje que favoreció su candidatura presidencial en 1922 y su éxito electoral (Losada 2016; Persello 2004).
Conclusiones
¿Coincidieron las élites sociales y las élites políticas en Buenos Aires entre 1880 y 1930? ¿Los grupos dominantes fueron un bloque indiviso y polifuncional? Las evidencias que ofrece el trabajo prosopográfico aquí presentado indica que, al comienzo del período, quienes ocupaban posiciones destacadas en diferentes esferas de la sociedad provenían de un universo social relativamente próximo. Sus perfiles tienen fuertes puntos de contacto. El rastreo empírico no permite elucidar, per se , si esta relativa homogeneidad implicó a ciencia cierta una indivisa “clase dominante” (semejante conclusión exigiría conocer la naturaleza y características de la relación recíproca entre estos individuos). También es arriesgado proponer específicos perfiles socio-ocupacionales para individuos que actuaban en diferentes escenarios.
En todo caso, a partir de la prosopografía sí se aprecia, por un lado, la creciente relevancia de la riqueza o del poder económico en la construcción de gravitación social, signo de la consolidación de una economía capitalista. Por otra parte, detrás de la inicial proximidad y de actuaciones múltiples, se percibe la especificidad que van cobrando ciertas esferas de la sociedad ya en el fin de siglo. El campo político es revelador al respecto, al menos en el sentido weberiano de “vivir para”.
Sin olvidar la incidencia de un complejo haz de factores (formas alternativas a la política para ejercer cierta capacidad de influencia; el capital social ofrecido por vínculos familiares que no volverían necesaria la ocupación de cargos para tener contactos con el poder; la recomposición social de la clase política), el hecho de que la participación en política no sea mayoritaria entre los directivos de clubes sociales y de corporaciones económicas de 1885 (alcanzaba a poco menos de la mitad de los primeros y a un tercio de los segundos), posiblemente ilustre la profesionalización o especialización política por la negativa. Esto es, que las exigencias y reglas específicas que conlleva la definición de campos autónomos y profesionales (acudiendo al concepto de Pierre Bourdieu), intrínseca manifestación de la complejización de la sociedad, pudieron volver indeseable o crecientemente imposible abocarse a una actuación intensa en la política, al menos por medio de la ocupación de cargos (Bourdieu 1967).
Por otro lado, en un sentido positivo, es sugestivo ver la afirmación de esa tendencia a través de trayectorias sociales que avanzando el período no reconocen otras inserciones que aquellas correspondientes a su vía de entrada en la muestra. Nuevamente, por la mayor formalidad institucional, esto puede observarse sobre todo entre los políticos (también en los profesores universitarios). Para un tercio de los políticos y algo más de la mitad de los profesores universitarios de 1925, no pudieron constatarse ocupaciones adicionales. A su vez, esta tendencia corre paralela a una recomposición social de los casos. También en 1925, alrededor del 80% de los políticos y del 60% de los profesores universitarios no reconocen orígenes familiares coloniales. Cabe precisar, de todos modos, que la permeabilidad es relativamente notoria en la política, en la universidad e incluso en la economía a lo largo de todo el período, habiendo sido sus beneficiarios extranjeros o hijos de extranjeros llegados al país hacia 1860-1870. En segundo lugar, vale destacar que no hay que esperar a 1925 para encontrar itinerarios biográficos delimitados a áreas determinadas. La especialización o la profesionalización no necesariamente fueron paralelas o simultáneas con la renovación social de los casos ni un producto inaugurado en momentos de cambio puntuales, como los años 1912-1916 en el campo político.
Por último, al mirar el período en su conjunto, la muestra señala que quienes poseían un alto estatus (por sus orígenes familiares o por su pertenencia a los clubes de prestigio) ocuparon posiciones de gravitación en distintas dimensiones de la sociedad. Pero su proporción disminuyó avanzando los años. La importante superposición de un comienzo se desdibuja a lo largo del tiempo, licuándose entonces la exclusividad de la “clase alta” del cambio de siglo en la conducción de la sociedad. La aristocracia o la clase alta habría pasado de ser una élite social en un sentido amplio (una minoría conductora de la sociedad) a una en sentido específico o restringido, en tanto la esfera en la que mantuvo vigencia y gravitación entre 1880 y 1930 fue la más específicamente social (la sociabilidad, en la cual asimismo se visualiza una progresiva preeminencia del Jockey Club sobre el Club del Progreso).
En conclusión, la reconstrucción prosopográfica aquí presentada permite aprehender un conjunto de cambios sensibles en la estructura y composición de las élites entre 1880 y 1930: procesos de recomposición social de sus integrantes; una decreciente superposición entre las familias tradicionales y las distintas élites, que atenúa su protagonismo en la conducción de la sociedad pero también su carácter como grupo social de referencia; la compleja relación entre la recomposición y la autonomización de campos sociales.
Mirando las cosas en perspectiva, resulta difícil visualizar para este período en su conjunto y sobre la base empírica aquí abordada “una élite unificada, coherente, y consciente que domine el conjunto del sistema social”.7 Se aprecia, en cambio, la paulatina afirmación de un panorama signado por élites diferenciadas, por quienes las componen y por la especialización o autonomización profesional que se dibuja detrás de las trayectorias de sus miembros, antes que una única élite multiimplantada e indivisa, conformada a su vez por las familias tradicionales, tal como lo proponían las interpretaciones más clásicas aludidas al comienzo de este trabajo.
En la Argentina de mediados de la década de 1910 en adelante crujió la lógica elitista y se resquebrajó la gravitación de las familias antiguas en el escenario que les había dado proyección nacional, la ciudad de Buenos Aires. Teniendo esto en consideración, el enemigo que el peronismo señalaría ya en la década de 1940 como el responsable de los males del país, la “oligarquía” (esa forma imprecisa de nominar con términos políticos un grupo social relacionado con los sectores tradicionales), remitía, con todas sus ambigüedades, a un actor en retirada. En realidad, su declinación, y en un sentido más amplio, el ocaso del país asociado a dicho círculo social, fueron las coordenadas sobre las que se asentó la conversión de Argentina en una sociedad de masas.
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Notas
* Este artículo hace parte de una investigación más amplia, referida a la composición, estructura e identidades de las élites argentinas entre 1880 y 1930. Cuenta con financiación del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Argentina.
1 Dicha semblanza es propia de la corriente revisionista de la historia argentina. Ver por ejemplo Puiggrós 1986, tomo 1: 133-157. Con énfasis singulares, su influencia también está presente en cierta historiografía académica, por ejemplo Rock 1975, 14-17 y 36-37; más atenuada, también en Rock 1989, 206-249.
2 Las variables se definieron sobre los siguientes indicadores. “Poder político”: desempeño de cargos en los tres poderes del estado (ejecutivo, legislativo y judicial) en los tres niveles jurisdiccionales (nacional, provincial —no sólo provincia de Buenos Aires—, municipal —ciudad de Buenos Aires—). “Riqueza”: membresía a corporaciones económicas (Sociedad Rural, Bolsa de Comercio, Club Industrial, Unión Industrial), vinculación a grupos familiares terratenientes de más de 10.000 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, accionista o socio de entidades, compañías y sociedades agropecuarias, industriales, de transporte y ferrocarriles, financieras y comerciales. “Prestigio”: membresía a clubes sociales distinguidos (Club del Progreso, Jockey Club y Círculo de Armas). “Saber”: docentes, académicos o autoridades de la Universidad de Buenos Aires. Orígenes familiares: procedencia espacial y antigüedad de orígenes familiares patrilineales. En segundo lugar, los indicadores para la selección de los casos de la muestra fueron: “Políticos”: integrantes de los gabinetes nacionales de ministros, y diputados y senadores nacionales por la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires; “Directivos de corporaciones económicas”: dirigentes de la Sociedad Rural, Bolsa de Comercio, Unión Industrial Argentina, entidades financieras, comerciales y de servicios, y terratenientes; “Directivos de clubes sociales”: dirigentes del Jockey Club y del Club del Progreso; “Profesores universitarios”: docentes y autoridades de la Universidad de Buenos Aires.
3 La disparidad en la cantidad de casos por año y por sector surge del distinto grado de éxito en la recolección de información. Para los DCS se agrega un elemento puntual: las comisiones directivas del Jockey y del Club del Progreso se renovaban anualmente por mitades. Así, se tomaron comisiones de dos períodos sucesivos: por ejemplo, para 1905, 1904-1905 y 1905-1906, y así seguido. De esta manera, una cantidad variable de individuos, por año y por club, podía integrar comisiones de dos períodos sucesivos distintos. A este tipo de casos, por supuesto, se lo consideró sólo una vez.
4 Los bajos índices del primer año son esperables teniendo en cuenta el reciente origen de la institución. Por lo demás, las ponderaciones acerca de las membresías recuerdan los “escalonamientos” entre los clubes de alta sociedad, producidos por el grado en que facilitaban o no el acceso a otras entidades de mayor exclusividad o prestigio. Tales aspectos han sido señalados para la Costa Este norteamericana de este mismo período (Digby Baltzell 1971, 335-363).
5 De los 347 casos, se obtuvo información sobre orígenes temporales de un 72% (252 casos) y sobre orígenes espaciales, de un 71% (247 casos).
6 Ramón Cárcano, nacido en Córdoba en 1860, abogado, fue diputado nacional por esa provincia en varios períodos, ministro de Justicia, y gobernador en dos oportunidades; presidente del Consejo Nacional de Educación; embajador en el Brasil y organizador de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, entre otros cargos. José Tamborini, nacido en 1886 en Buenos Aires, médico, tuvo una dilatada actuación dentro del radicalismo, llegando a ser cabeza de la fórmula de la Unión Democrática en las elecciones de 1946 que consagraron presidente a Juan D. Perón. Ver por ejemplo Quién es quién en la Argentina 1939, 91 y 416.
7 La expresión, extraída de un artículo abocado a las élites francesas, es de Saint-Martin 2001, 61, nota 5.